martes, 10 de mayo de 2011

Desalojo




He decidido desalojarme. Sinceramente, me parece el acto más subversivo del que soy capaz. Llevo varias semanas escuchando frases que no son mías, pero que se han ido instalando en mi corteza prefrontal como mocos secos bajo una mesa de oficina. De la suya misma, pongamos por caso, lector que no tiene otra cosa mejor que hacer que venir a mirarme las cosas.




Una de mi barrio, una tal Anna Sergeyevna le habla a su maduro amante, a su imposible amante, uno que se llama Dmitri Gúrov, con palabras que no son suyas. Somos fugitivos, estamos siempre escondiéndonos. Y sin embargo, resulta imposible escapar. A lo que Don Draper, otro de mi barrio, replica con una cavernosa voz subcortical. Ahí está. Llevo años mirando mi vida. Tratando de entrar en ella. Y no lo consigo.




Anna, Dmitri, Donald y mis subcorticales que es donde habita el concepto de Dios el Absoluto, hemos votado y llegado por mayoría simple a la siguiente decisión: nos vamos de nosotros mismos. De nuestras vidas completamente. El motivo o razón última de todo ello es que creemos que es la única manera de soportar el dolor y el frío, la soledad, el espectáculo de vernos fuera de nosotros mismos y no poder escapar, de tratar de entrar y ser siempre fugitivos. No siendo nosotros, desalojándonos por completo de nuestra individualidad, de la existencia que nos han adjudicado, el Papa de Roma y su pandilla de motoristas no tendrán interés en salvar nuestra alma, ya que estará vacía. Larry Summers y sus amigos banqueros no podrán vendernos hipotecas y Botín y su hija no querrán ser nuestro banco, lo cual seguramente será de agradecer.




Será como estar muerto, espero. Con algunas funciones esenciales. Cagar, espero. Es mi momento favorito del día, he conseguido olvidar que alguien haya tratado de ponerle un nombre de cereales para el desayuno, ya ven cómo de gustoso me encuentro. Respirar, probablemente. Mirar poco, pensar nada, consumir cero. Sólo lo que nadie quiera, lo que no tenga precio.




Eso sería jodido. Terminaríamos con el actual estado de cuestiones. Por ejemplo, ahora que ya sabemos que hemos vuelto a perder y que Milton Friedman vuelve a ser Dios uno y en trío, lo mejor es no estar, no formar parte del cuerpo místico de la necesitamos mejorar la competitiva ni del consumo que permanece estancado.




No estamos. Ni Anna ni Dmitri que siguen viviendo su no amor a lo largo de todos los años de la Historia. Ni Donald que no entra, que no puede entrar en una vida que nunca fue suya. Ni yo, que tampoco soy real. Nada más que un hombre que vive a oscuras, que desea salir de sí mismo y no estar, no ser más. No consumir, no calzarme, no eructar, no coger el transporte público, no participar cívicamente en la jornada electoral, no ser una estadística ni un plan de captación de activos.




Ni tan siquiera un objetivo terrorista. Ni mucho menos un exponente de la crisis de fé en Europa Occidental.




Creo que es lo más subversivo que se me ha ocurrido nunca.

No hay comentarios: