lunes, 31 de diciembre de 2007

La última noche



You know I went home last night
Sat down on my bed and cried.







jueves, 27 de diciembre de 2007

Las buenas familias no se pelean por Navidad.



Continúan odiándose en silencio.
Durante toda la cena.
Mirando hacia abajo.
Sorbiendo el consomé.
Metiéndole mano a la cuñada por bajo la mesa.
Yo no tengo familia.
Pero si la tuviera, sería como les estoy diciendo.

miércoles, 26 de diciembre de 2007

El mejor homenaje: retrato robot de los que acuden a mi por primera vez.


Dejaremos de lado a todos los que son amigos de uno que cree que me conoce. De esos no voy a ocuparme, ellos sabrán por qué lo hacen.


Llaman mi atención sin embargo los que llegan a este blog por la primera de sus veces.


Unos, resultado de teclear "términos empresariales" en el buscador. Y otros, tras cliqui cliqui "masturbación compulsiva". Desconozco con cuántos dedos lo hacen en cada caso.

Por lo que a mí respecta, queda más que demostrada la estrecha relación entre ambos conceptos.

lunes, 24 de diciembre de 2007

Historia de la Mío - 4


Al final me ha llevado más de la cuenta. Se me había olvidado lo de la copa de navidad, una especie de mierda que celebran todos los años en la oficina. Bueno, todos los años no, sólo desde que los gafapastas invadieron el mundo, con sus tendencias y sus disfraces de buen rollito. Mala gente, háganme caso. Si aún están a tiempo, no permitan que ningún (o ninguna, que también) gafapasta entre en su vida. Lo primero que harán será tratar de redecorarles la vida. Y eso es jodido, porque no estamos hablando de un lema comercial graciosote y buenista, estamos hablando de cambiarte el contrato de fijo a obra, de quitarte días en la indemnización por despido, de restar días de vacaciones a cuenta de los ratos que bajas a fumar, estamos hablando del MAL en su destilación más pura y simple.

Al menos, consuélense con una cosa, estos tipos no dan mucho de sí y a poco que se sea listo, se los puede uno merendar. Continúen con la historia de lo mío y ya verán.

Copa de la empresa, en plena calle del ensanche del centro del barrio fino. Sitio trendi, música fina, muchachas con piernas debajo de las tripas. Y una caterva de gentuza como el que aquí pone las letras en plan “esta noche me lo voy a beber todo por cojones” .

Como ésta es la historia de Alcocer y su cuchillo en la garganta y de por qué lloraba Moreno la nueva, me van a permitir que me ahorre lo de la fiesta. Vomité digamos que no tanto como el caudal del Ebro en Tortosa, pero sí una cantidad razonable como declarar el local como zona catastrófica. En concreto, hay una muy perruna de Legal que quiere hacerme pagar por sus zapatos. Sabrá mucho esa de abogados, pero yo más de hacerme el sueco. A ver quién y cómo llega antes a la conclusión de que lo nuestro es imposible.

Pero como decíamos ayer, que diría San Juan de Aznalfarache -el de las tortas de aceite de Inés Rosales que en realidad son de Castilleja de la Cuesta-, yo, así de vomitado y resacote, no estoy para ir a ver a nadie, y mucho menos a Alcocer y su cuchillo o a Alcocer y su despacho. Mejor lo dejo para otro día.

Lo que sí, y ahora que me acuerdo, que la nueva no paraba de bailar y echar risas. ¿O acaso era el pedo? Estaba ahí muy de apretarse con el Fernández-Agrio. Y sin disimular ni nada ¿Serán familia? ¿Tendrán algo que celebrar?

No puedo seguir pensando. Cierro los ojos. Soy una torta de aceite.

viernes, 21 de diciembre de 2007

Grandes Personajes del Momento de Ahora. Hoy: Sol Il Zo

Sol Il Zo no tiene los ojos así chiquinos ni rectitos, pero es un coreano del norte y de puta madre. Él antes de ser de Corea del Norte, se vino al mundo por la parte de Tarragona o Reus y se llamaba Alejandro como el del Magno que después de comer te calientas las pelotas que da gusto. Los hay que dicen que es hijo de marquesina, que venía ya equipado vamos. Pero eso es por la envidia que le tienen y porque hay mucho capullo a sueldo del tirano de Occidente, que es uno que hoy no toca pero que no se llama Alejandro ni nada.
Desde que era bien muchacho, y en lugar de hacer como todos los de su edad, que se gastaban la paga de sus padres en drogas y discotecas, Sol Il Zo usaba todos los ahorros en su única pasión, que era irse a Corea del Norte. Siendo aún un marrajo desarrolló ni de más ni de menos que la primera página gués del gobierno de Ñomñán (que es donde tienes la capital si eres de los coreanos). ¡Qué cosas tiene la vida! Que según naces en Tarragona, en seguida te pones a hacer el coreano (del norte, ya se ha explicado esto antes). El muchacho, cuando estaba en la universidad, en vez de comprarse el Interrail para irse con la guitarra y los porros a ver Innsbruck o Goteborg, ahorraba y ahorraba para que le diera el billete para Ñomñán. Oyes que debe ser bien difícil irse hasta allí, que no va cualquiera, ni Viuda e Hijos de Chang Chong Yen, Autocares con Aire Acondicionado. Pero allá que sabía él llegar, y nada más bajarse del oso panda se probaba el uniforme ese pardo y le quedaba siempre fenómeno y se hacía montones de fotos, que hasta le salen los ojillos así cerradinos en plan “pero qué bien que me estoy adaptando yo al comunismo”. Un día vino un hada madrina y le dijo: "Te concedo tres deseos, Alejandro", y él dijo "quiero ser coreano del norte" tres veces. Y la madrina, que era buena pero tonta ni un pelo no te pases, le dijo "concedido, pero más tonto no puedes ser chaval, que has repetido y en vez de tres, te quedas con uno". Eso sí, le dejó elegir que si del Norte o si del Sur. Ahora Sol Il Zo, que es un tío majo, pero majo majo, está super integrado de cojones. Los encargados están encantados con el muchacho. Tiene un blog y todo, y cuando va un periodista español o americano o de Avilés, que él los atiende a todos, les pasea por los monumentos al líder y por la casa natal del líder y por el sitio donde el líder salvó a la nación, que son sitios que están muy bien conservados y tienen a la salida un puesto de helados, receta del líder. Y si quieres te deja hacerte fotos con él y todo. Y si vas en grupo, él va y os la hace, que es así de majete y no teneis más que poneros y decir patata. Guisqui mejor no que es pro occidental y ya que estás en su casa no vas encima a tocarles los cojones a los muchachos, que ya bastante cara de escocidos se les ve a los pobres.
A tanto ha llegado la cosa que los encargados ya le han hecho fijo y encima, como son así de naturales para todo, le han hecho que si soldado honorario del ejército suyo que tienen, que si presidente de la asociación de amigos de los de allí y aquí y en todas partes, que si delegado del comité de relaciones con los putos extranjeros, que si delegado consejero del frente anti imperialista que te cagas, que si secretario del plan quinquenal de productos típicos de Tarragona…. cualquier cosa les parece poco para el chaval. Pero lo grande del todo es que al tío, con todo su comunismo y lo que quieras, le ha dado tiempo para sacarse su título de Agente de Seguros o Comercial de Cosas, o Consultor de Algo, no sé, pero título bueno. O sea que no sólo va y viene de Corea, que el muchacho ha estudiado, que nos ha salido hecho todo un camarada de provecho. Porque, como diría mi madre, "eso del comunismo está muy bien, pero donde esté una oposición...".
Ahora, lo que es al chico, es que no hay nada como el comunismo. Vamos, que le gusta pero bien, más que a mí las tetas. Así es la cosa con la gente: que a algunos les gustan las setas o el bricolage y los hay que lo dan todo por el comunismo. ¿Que qué te gusta? A mí, el comunismo, yo soy así. Pues yo soy más de Marlango. Bueno, pero nos podremos llevar bien.
Eso sí, comunismo del bueno, nada de garrafón. Que ya que estamos haciendo el gasto, pues no nos vamos a quedar en un sucedáneo. ¿Los rusos? Uy, ésos... A ésos como que hace ya tiempo que no les queda ya la salsa como antes. Que sí, que vale que fueron ellos los que se inventaron la cosa, pero que ya no es lo de antes, que no sabe lo mismo. Como mucho, lo único que les queda son los tíos esos que te arreglan un grifo entre semana y los domingos te venden la gorra de Coronel del Ejército Rojo con una mesita de camping en Cascorro. Y de regalo, una Órden de Lenin, que quedas fenómeno si tienes boda.
¿Y de los chinos? ¿Qué me dicen de los chinos? Puro revisionismo. ¿A qué viene eso de Comunismo Capitalista? ¿De qué esas mezclas? Si es que no se puede decir más veces: "que mezclar tanto te va a acabar haciendo daño, chiiico", que mira como le dejé yo los zapatos a Herminia la de Legal la otra noche en la Copa de Navidad de la empresa ...
Así que si usted lo que busca es comunismo del bueno, del fetén, que no ha caducado ni se han vuelto de repente todos marineros, pues lo suyo es Corea del Norte. Según se mira, arriba a la derecha. Burócratas, asesores, delegados, mártires, líderes… allí por tener tienen de todo. Y, lo mejor de la cosa, la razón primípara por la que el chico la Alejandra entra con derecho propio como primera figura de nuestra galería de grandes personajes ilustres: que Corea hasta los topes de oficinas oscuras, sin ventanas a la calle, con funcionarios que apenas ven la luz y a los que alimentan por bajo las puertas. El paraíso de los hombres topo. Ustedes no sé, pero yo ya me he comprado el Assimil de coreano, he pillado ya billete en el Alsa de Ñomñán, y me estoy dejando la salud en el pasillo de casa practicando el paso de la oca a todas horas; de éstas me dan mi propia oficina.

Se va a cagar la perra.

N. del A.: todos los personajes que aparecen esta sección son reales y verdaderos. ¿A que acojona?

martes, 18 de diciembre de 2007

Mi papelera. Y yo.

Dark was the night.





Cold was the ground.

domingo, 16 de diciembre de 2007

Dos millones de comidas de empresa.


Quince millones de tíos y tías cebándose.




Dos millones de jefes haciendo un breve pero cálido discurso.

Seis millones y medio de indigestiones. Cuatro millones cientoveinticinco mil pedos.
Doce millones trescientos mil menús ya cerrados, con carne o pescado a elegir de segundo.


Cuatrocientos veinticinco mil graciosos, chistosos y fenómenos.



Un millón quinientos sesenta y siete mil muermazos.



Treinta y cinco mil tías fáciles.



Ciento doce mil quinientos tres pesados y babosos.


Cuatro millones de pacharanes.




Tres de licores de hierbas.





Un millón ciento sesenta y cinco mil "¿quién se viene a tomar la última?".


Un millón ciento sesenta y cinco mil "dirás mejor la penúltima".



Tres millones de personas tratando por todos los medios de no volver sólos a sus casas una noche más.



Treinta y cinco mil setecientos polvos echados a todo correr. Setenta y un mil cuatrocientos bajones al día siguiente.





Y un par de taxis para todos.


No se trata más que de una visión de conjunto, tampoco vayan a ponerse así.

jueves, 13 de diciembre de 2007

Diccionario Breve de Términos Empresariales Gilipollas. Hoy, el Trabajo en Red.


Trabajo en Red, Comunidades Virtuales, Entornos Colaborativos.... ¿alguna idea de qué va el asunto? Ya veo, me ha tocado lo mejor de cada casa. En fin, servidumbres de ser un genio. No se preocupen. Tengo un gráfico que lo aclara todo:


¿Qué? Ni puta idea, ¿verdad? Bueeeeno. Pues vamos para allá.

Para empezar, levanten la vista de su sitio. ¿Qué es lo que ven? Me refiero a quitando los teléfonos, las papeleras, los boxes con las fotos de los críos, las plantitas, los botes de lápices, las pantallas de los pecés con sus muñequitos colgando, el calendario tachado o los salvapantallas de Mijatovic celebrando la séptima... ¿Qué es lo que ven?

¿Nada? A ver, piensen un momento. Algo más habrá, ¿no? Tienen cabeza y piernas y son esas cosas que están hablando por el teléfono o tecleando. Hay un grupo de ellas en la máquina de café, justo a la izquierda del despacho del jefe. ¿Ya? Se llaman personas. Son como usted y como yo, bueno, con una diferencia: ellos son gilipollas, usted también, yo no. Aunque a efectos del curso, vamos a asumir (que ya es asumir) que usted no es gilipollas. Es que si no, no nos va a quedar lo mismo.

Hasta el día de hoy, usted tiene un jefe. Normalmente, será como el mío, imbécil, trepa y con acné. Bueno, y un acojonado de cuidado, pero de eso habrá ya tiempo de ocuparse. Tiene un jefe y unos tíos y tías asquerosos que se pelean con usted a la hora de repartirse las vacaciones, los aumentos de sueldo y el reparto de objetivos. Eso se llama Departamento y sirve fundamentalmente para agrupar las reses, pero dentro de un edificio de oficinas. El Jefe del Departamento a su vez tiene otro jefe y así se van sumando hasta hacer un arbolito que se llama organigrama y que ayuda a dividir a la gente en dos tipos: los que disfrutan con ellos -y los dibujan y los corrigen, los celebran, los explican muy serios...-, que es gente que se podría emparedar sin que ocurriera gran cosa, y el resto de la humanidad que no pintamos organigramas ni puta gracia que nos hacen, más que nada porque constituimos el relleno de los mismos suyos.

Bueno, pues los organigramas una mierda pinchada en un palo comparados con el trabajo en red. Y llegamos a lo primero que deben aprenderse: la palabra paradigma. La palabra paradigma es como muchas otras palabras (configuración, sistema de valores, entorno metodológico) que sirven para que unos tipos con corbatas rosas y camisas con sus iniciales le metan unas facturas de aúpa a la empresa y encima haya que darles las gracias. Se llaman consultores y sólo se puede ser de los buenos si tienes apellido compuesto y tu padre llegó a cazar con Franco. Puntúa mucho menos si se quedó sólo en el Marqués de Villaverde.

Ni puta falta que hace saber qué es un paradigma, sólo se necesita saber que cambian. Y poner una voz ahuecada y resonante al decirlo: "el paradigma ha cambiado". Y cara de estar cagando piedras, fundamental. Por ejemplo, ahora su Departamento (esa gente molesta que tiene a su alrededor) ha dejado de serlo para convertirse en una Comunidad. De vecinos, no, virtual, comunidad virtual.

En lugar de las estructuras jerárquicas (el jefe es el que manda y esas cosas), ahora somos un equipo. En vez de relaciones de poder, ahora somos una asociación entre iguales. Si antes cada uno tenía que hacer su trabajo y a callar, ahora somos una comunidad de intereses donde todos aportamos en función de nuestro talento o área de especialización. Su jefe ya no es su jefe, es un miembro más del equipo. Tampoco se le vaya a ocurrir que eso significa que ya no tendrá prerrogativas sobre su sueldo, que se os da la mano y os comeis el brazo gitano.

En el resumen, que te cagas. O para que ustedes lo entiendan, cuando su jefe les convoque a la sala de reuniones -que no sé por qué pero siempre está ocupada y cuando se van los anteriores, huele a tigre- y les enseñe ésto:

entonces, que sepa usted lo siguiente:

- a partir de ese momento, lo suyo es el trabajo en red,
- su jefe ha pasado a ser su amigo pero le seguirá puteando, eso sí, en plan colaborativo y de comunidad,
- usted es uno de esos puntos, es decir, su importancia es exactamente la que es: ninguna; si se quita un punto del dibujo, nada cambia; si le despiden, ¿cree que alguien le echará de menos?,
- el jefe dirá eso de que "todos vamos en el mismo barco" y "somos una comunidad de intereses y aquí nadie es más que nadie".

No le quepa duda: el trabajo en red es otra manera de explotarle, la diferencia es que a los jefes les gusta pensar que usted se ha creído el asunto.

Es como cuando el Director de Residuos Humanos viene los viernes en vaqueros a la oficina. ¿Acaso es usted de los que se creen todavía que eso le va a impedir poner en la calle al que le llegue el turno ese día?

No te jode.

lunes, 10 de diciembre de 2007

Historia de lo Mío - 3

Las cosas hay que hacerlas con orden. Antes de irme a por Moreno, la nueva que llora, tal vez sea mejor saber dónde estoy. Por ejemplo, ¿qué tal una vuelta por el despacho de Alcocer? Más que nada por ver qué se cuentan por allí. Nunca se sabe.

La secretaria de Alcocer –bueno, y de siete más, que tampoco es para darse tantos aires- es una bajita culona con un pelo color naranja payaso de Micolor y las tetas tirando a colgajos y que además cecea si la pones muy nerviosa. Nunca le he caído bien, pero, vamos, que no nos vamos ahora a echar atrás.

- ¿Qué quieres? -simpatía a raudales.
- Pues nada, que estaba de paso por la planta y…
- Tú nunca estás de paso, Hombre Topo.
- Mira que estamos ariscos, Marinieves. Encima de que vengo a verte.
- Ya, ¿y desde cuándo te he interesado yo a ti más que una mierda de perro?
- Joooder, Marinieves
- Ni joder ni hostias

Marinieves está casada, pero de aquella manera. Su marido se dedica a la pesca de altura, y está por casa como mucho un par de meses al año. Al principio, la cosa iba de darle mucho al folle, pero creo que a los ciertos años, el tipo sólo iba a recargar la cartilla de ahorro y poco más.

- Al menos no tienen niños –dijo una vez una de la séptima, que ella sí que tiene, y muchos por la de veces que saca el tema.

A mí nunca me ha gustado Marinieves, ni siquiera para eso. Yo no soy de meter la mano en morral ajeno, y menos cuando el tema va con tanto colgajo incorporado. Lo que pasa es que ella, la Marinieves digo, no sé por qué sí ni por qué no, hubo una época que se hizo ilusiones conmigo, que no es que sea yo un varón especialmente longanizo, sino porque le dijeron que yo era de mucho meter –que también hay que ver con la peña las cosas que se cuenta. Y ella, que con el del fletán ya no iba ni venía, pero que en el fondo tampoco le iba a echar de casa, pues se pensó que tal vez sí y tal vez también, se entiende.

Pero la vi de venir y la vi de venir bien lejos, y me quité de en medio y de planta y me puse lo más lejos que pude. No le caigo muy bien desde entonces, que se joda.

La cuestión es que ahora estoy a otro asunto, que no es otro que saber quién coño se ha cargado a Alcocer. Y si para enterarme, tengo que hacerme de vientre corazón, pues no voy a ser yo lo de menos.

- A la gente como tú, ni la menor confianza… Que luego acaban por metértela… -se para en seco, un error de expresión lo tiene cualquiera, aunque jamas ante profesionales de mano rápida como lo es un servidor de ustedes.
- Pues ahora que hablamos de meter…
- ¡Vete a cagar, Hombre Topo!

Me alejo un par de pasos, dirección despacho de Alcocer.

- ¿Dónde te crees que vas? –Marinieves me habrá mandado a cagar, pero no precisamente al despacho de su jefe.
- Tenía que comentarle unos temas a Alcocer
- ¿Qué temas?
- Una cosa.
- Pues como no me digas de qué va, no pasas. Así que tú verás.
- Nos ha enviado un presupuesto sin completar.
- ¡Vaya una novedad! Lo llevamos haciendo así toda la puta vida.
- ¿Sí? Pues, ¿cómo decirte? Se os acabado el rollo. ¿O es que no os habéis leído la nueva normativa de solicitud de gastos de formación?

Nadie se lee ninguna normativa, así que no hay cosa más mejor que hacer mención de una que simplemente no existe. Nunca falla. Y esta vez tampoco.

- No veo qué estamos haciendo mal –ésta es otra de las características del personal, que antes que reconocer que no han hecho algo o que lo han hecho mal, prefieren cambiar de tema.
- Vengo de parte de Álvarez-Ossorio. Tiene un cabreo de campeonato. Ahora, que si quieres seguir cubriéndole las espaldas a Alcocer, allá tú. Yo, con hacer el informe...

Álvarez-Ossorio es el Subdirector General de Administración y Finanzas. Un hijo de puta que disfruta haciendo el mal.

- No está –contesta ella tras pensárselo un poco más de lo necesario, algo que no debes hacer si realmente deseas parecer sincero.
- ¿Quién? –de sobra que lo sé.
- Alcocer, ¡también tú a veces!
- Ah, Alcocer. Sí, claro. Y yo que me lo creo –continúo mi camino y abro la puerta del despacho.

La otra salta detrás de la mesa como poseída.

- Lleva varios días enfermo –insiste tratando de interponerse entre el despacho y mi vista.
- Qué pena. ¿Y cuándo dices que vuelve?
- No lo sé. Llamó hace días. Algo del hígado. Tiene que guardar reposo. Mínimo un par de meses.

El despacho está ordenado, limpito, en silencio. Ejemplar que diría el otro.

- ¿Lo ves? –dice Marinieves como tratando de convencerme de que dentro no queda nada de Alcocer.
- ¿Y con quién veo yo esto ahora?
- Pues no sé, como no sea con Fernández-Agrio…
- ¿El becario ése que no se sabe todavía ni los números del ascensor?
- Dejó de ser becario hace quince años, gilipolla.
- ¿Y aún le tienes que sonar los mocos?

Marinieves se pone en medio y no me deja seguir mirando adentro del despacho.

- Eres un cretino. Lo has sido toda tu puta vida. Sal de aquí ahora mismo.
- ¿Sabes una cosa? –me acerco a ella mucho más de lo que jamás me había llegado a acercar; por cierto, la tía huele a agua de fregar-. Esta noche me voy a hacer dos pajas pensando en ti.

Cierra la puerta. Está temblando.

- Una coza buena que hay ahora: que te puede caer un paquete por lo que acabaz de decirme –contesta sin poder evitar las cés y zetas donde debería haber eses …
- Metida en un yacuzi, con montones de burbujas. Tocándote… Creo que va a ser la hostia. Estoy deseando estar ya en mi casa… -vaya una voz fenómena que me sale, grave, con cuerpo...

Me alejo. Marinieves se ha queda atrás, como paralizada. Supongo que estará dudando entre denunciarme o presentarse esta noche en casa. Tengo solución para ambas posibilidades.

Me pregunto por qué tiene tanto interés en que no vea el despacho de su jefe. Será cuestión de pasarme mañana a primera hora, antes de que empiece a llegar la gente.




N. del A.: para preservar el anonimato, nos vemos obligados a referirnos al Hombre Topo como Hombre Topo. En cualquier caso, si realmente tienen curiosidad por saber de quién se trata, no tienen más que mirar a su alrededor.

martes, 4 de diciembre de 2007

Un adios emocionado

Hace ya casi treinta años que la trajeron. Ahí está, en esa vieja foto, al fondo, como queriendo pasar desapercibida. ¡Cómo pasa el tiempo!





Ayer, por falta de alimento, dejó de existir. Guardaré como un tesoro sus últimas palabras:





Creo que la humanidad debería tomar buena nota de este mensaje. Pero ya se sabe, si ignoraron en su tiempo a la Vírgen de Fátima y nos vino el comunismo, ¿qué no harán ahora con mi amada impresora matricial?


Nunca te olvidaré.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Camino al trabajo



Toda esta gente a mi alrededor, ¿en qué andarán pensando? ¿Habrán amanecido también con las sábanas mojadas? Dicen que en el fondo, todos nos parecemos. Yo no lo sé, pero esta mañana he plantado un pino de cinco hectáreas. Ya saben, esas son las pequeñas cosas que le hacen feliz a uno. El lunes mola. Está lleno de mal rollo. Casi puede tocarse de tanto que hay.

jueves, 29 de noviembre de 2007

Historia de lo Mío - 2

No conviene precipitarse. Ella aún no sabe que he visto a Alcocer. Tan mono, con el cuchillo de lado a lado… Hasta una foto que le he hecho esta mañana, que he llegado pronto y en vez de irme al despacho del Consejero Delgado, me he pasado con uno que era cuñado mío y tiene un móvil con cámara. Al principio, él no era partidario de venirse a hacerle fotos a un muerto, pero como le tengo agarrado por los huevos -mi hermana, su ex, no se ha enterado de un dinero que me pidió que le escondiera en casa, y en plenas hostias del juicio de separarse, pues ya ven qué poco me cuesta hacerle el favor-, no le ha quedado más remedio que venirse. Daba cantidad de ascote, la verdad es que tres días o más que llevaba ahí la cosa puesta, y claro que muy bien ya lo que se dice muy bien, no huele el jodido de Alcocer. Ahora, yo es lo que le decía:

- Mira, macho, si estamos aquí es porque hemos venido y ya no hay marcha atrás. Las fotos y a toda leche, que nos pueden pillar.

Después, y antes de irse cada uno a lo suyo, que luego me envía la foto por el autluk, le he dicho de apretarnos unos riñoncitos, que a estas horas y con el relente de la mañana... Nada, ni contestar, a vomitar que se ha puesto el muy cuñado. Menos mal que ya estábamos en la acera de enfrente y no le ha dado por echarme la papa en el hall de entrada, que hace poco que que han cambiado la moqueta y la nueva lleva el escudo de la empresa.


Mientras mi cuñado me manda la foto, y por si las moscas, observo a la nueva. En plan profesional, muy a lo mío. Sigue llorando, pero menos. No sé si les he dicho su nombre. Lo más probable es que no, porque no me lo sé. De apellido, sí. Moreno, como uno que había en Servicios Generales que era cojo y bastante maricón de no darle confianzas. Bueno, y el caso es que una noche se le debió ir la mano con algo o con alguien, y vive ahora en lo alto de una cama porque no se puede mover barbilla abajo. A veces, y sólo porque sé que le jode, voy a pasar la tarde a su casa. Como es soltero, cuida de él una tía que fue monja pero que luego la echaron porque era de tener gases y se conoce que molestaba en el convento o donde fuera que se reuniera con las amigas. Bueno, que eso es lo que cuenta Moreno –el paralítico-, aunque vayan ustedes a saber.


Que me pierdo. Moreno –la nueva- y Moreno –el paralítico y antiguo maricón- no son nada. Quiero decir, que sí, que se llaman igual, pero aparte de eso, que no son familia. Bueno, en una cosa sí que se parecen. Los dos son un coñazo. Y a mí esa gente, qué quieren que les diga, me encanta. Les metes un dedo en el ojo y se cabrean, así que qué vas a hacerle, les metes el otro dedo y más profundo a ser posible. Me dejo los riñones de reírme. Cuando voy a casa del Moreno, que mira que le jode verme, su tía me da pastas y chinchón. Y me pongo ciego y le digo a la tía : “Salga, dese una vuelta, aproveche que estoy yo aquí y no tengo prisa”. Y cuando nos deja solos, le puteo. Le quito los pantalones, le pongo un mechero en los huevos –total, como no sientes nada, maricón-,... Las bromas típicas entre compañeros.

A Moreno la nueva la he dejado llorar un día más -aunque hoy ya ha sido menos. Mañana me voy a por ella, que ya me ha hecho cling cling el autluk y tengo al Alcocer con su garganta y su cuchillo de salvapantallas.

martes, 27 de noviembre de 2007

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Diccionario Breve de Términos Empresariales Gilipollas. Hoy, el Cliente Interno.

¿Qué es un cliente interno? ¿Cómo? ¿Que no saben lo que es eso del cliente interno? ¿Nunca lo han escuchado ? Joder, pero si a los jefes no se les quita de la boca. ¿Los suyos de ustedes no hablan de eso del cliente interno? Amos, no me jodan que voy a ser yo el único que lo haya oído. Bueno, se lo cuento, pero que sea la última vez.

Empecemos por los empieces. Un cliente. A secas. Joder, pues un tío que entra en una tienda y pide a cómo están las alubias o unos gayumbos o lo que coño quiera comprarse. Es el mismo tío que cuando le dicen que a cien o a lo que sea, continúa preguntando que si los gayumbos son de los que aprietan o si las alubias están buenas (pregunta gil donde las haya, a ver qué quiere que le diga el de la tienda, que cuanto más tiempo lleva con esas alubias, más ganas tendrá de quitárselas de la encimera, no les quepa dura).

Así que un cliente es ese capullo al que tienes ganas de dejarle la cara hecha un mapa por pesado y receloso, pero al que no tienes más remedio que chuparle las partes porque a lo mejor va y suelta la mosca, y resulta que vives de eso.

Claro que tú también puedes ser cliente. Entonces, ni Supermán, ni Franco cuando vivía, ni el Rey de la Creación en bolas y con ganas de kiki. Un cliente, si soy yo, es más que Dios, vaya. Y lo demás no son más que ganas de venir a joder. Un cliente llega al restaurante y se cabrea y monta un expolio y dice bien alto que se entere hasta el de la puerta:

- ¡¿Y a este trozo de basura quemada le llaman hamburguesa Big Brooklyn?! ¡Que venga el encargado! ¡Y deprisita!

Y el encargado, que es un inmigrante que lleva seis meses más que el resto, motivo por el cual tiene derecho a ponerse una camisa negra en lugar del chaleco de colores con alegres chapitas que llevan el resto, lo primero que ha hecho nada más escuchar las voces es esconderse detrás de la barra porque él no vino a esta mierda de país a tener problemas, sino a ganarse la vida y ahora que justo le habían hecho jefe, pues ñaca, viene un capullo de cliente que para qué seguir con la historia.

Ya tenemos una base de partida: el cliente molesta cuando no es uno mismo. ¿Alguien necesita que repitamos? ¿Siguen todos ahí?

¿Y un cliente interno? ¿Qué coño de historia es ésa? Lo dicen los jefes, ya recordarán. Si su jefe lleva gafas de colores y el pelo como de recién levantado, lo dirá. Si es de los otros, lo dirá también, aunque sólo sea porque sabe que todos le van a señalar por no saber de esas cosas. El cliente interno es una de esas cuestiones que salen en los másteres y en los cursos de genios, que además, te cobran lo que no está escrito y tienes que hacer deberes en tu casa y exámenes, pero como te dejas una pasta, siempre te aprueban. Se tiran dos años con un tema y con eso ya tienen para que les pagues la tercera residencia. Tengo un compañero que le mandaron una vez a uno de esos.

- Nivelazo, oyes.
- ¿Y eso por qué?
- Para empezar, no tienen encargado. Bueno, de hecho, allí todos lo son. Acojona. Es de esos sitios en que, aunque eres el cliente, te hacen sentir como si lo fueran ellos.


¿Así que en eso consiste lo del cliente interno? Bueno, en parte sí y en parte no. Yo les explico rápido. Llegará un día tu jefe y os reunirá y pondrá unas filminas con colores muy monas donde sale una persona con la mirada perdida (Siempre salen personas así en las filminas de cuestiones empresariales de gran interés).


El jefe preguntará que quién es el de la mirada perdida, y nadie contestará, porque a saber quién es el de la foto. Entonces, el jefe, mosqueado, y después de aplastarse un poco el flequillo de un poco más y pillas en siesta, dirá: "El cliente, cojones; este señor es el cliente". "¿El cliente de quién?", preguntará uno que va de gracioso y al que me he apostado cincuenta leuros a que no llega a fin de año. "El nuestro", chillará el otro y se le caerán las gafas ésas tan ingrávidas.

O sea, que todos tenemos un cliente. Da igual que los comerciales sean unos capullos, que en nuestro departamento sólo nos dediquemos a reclamar facturas o arreglar los pomos de las puertas. Todos tenemos un cliente. El cliente interno. Que no es más que ese compañero que viene a pedirte tal o cual gestión o cosa, y al que debes percibir desde el primer momento como un cliente, tratando de entender sus requerimientos y motivaciones más profundas.

Que dicho de otra manera viene a ser que le mandes a la mierda como siempre, pero con un poquito más de estilo. Que tenemos que explicarlo todo.

martes, 20 de noviembre de 2007

Historia de lo Mío - 1

Dos días llorando. ¿Creen que es algo que se pueda aguantar? Si al menos fuera al otro lado del pasillo, en un despacho cerrado... Pero es que la tengo al lado. Llora que te llora.
Al principio, porque era una borde. Ahora porque no hace más que llorar. No hay quien aguante a la nueva. Aunque hubiera tenido un polvo hace quince años, que tampoco.
Así que ya me he hartado. Me he hartado porque todo tiene su tiempo y su límite, y dos días, que se dice pronto, dos días, de llorar, ya no es ni conveniente ni aceptable ni provisionario.
- ¿Se puede saber qué le pasa, Moreno? -ella se llama así de apellido, y aquí lo del apellido es cosa sacra.
- No, ¿y a usted?
Y encima de mala hostia. Pues que le den. Y que le guste y no le vuelvan a dar. No soporto a los nuevos que se creen con derechos adquiridos. Ni siquiera a los que creen que pueden llorar sin contarle a nadie de qué va la cuestión que les aprisiona los intestículos.
- Hombre, como está así, con esa cara, y esos ojos hinchados... Yo, más que nada por interesarme.
- Pues intérese usted en su pito. Y a mí ya me va a dejando en paz.
Y después, a correr otra vez al baño. Así va la cosa. Se sienta en el ordenador, frente a mí, toda maría magdalena después de quitarse un juanete, sin hablar, suspirando a poquitos. Le pregunto y se vuelve a levantar, dirección el baño de las tías, y vuelve al rato (largo, ¿eh?), con cara de esponja en salmuera.
A ver si es que la tía se ha encontrado con mi paquetillo de revistas guarras. Guarras, guarras, con todo el detalle de la cuestión, que yo soy así, que no me gusta la cosa del sugerir, sino la del mostrar en toda su copulación. Esta tarde, cuando se hayan marchado todos, voy y miro. Es que las tengo detrás de una de las cisternas de los retretes de mujeres o señoras que viene a ser lo mismo pero no del todo.
Pero no. No eran las revistas. En una de sus excursiones para ir a llorar, la he seguido por la oficina. Y no va al baño, la jodía. Se ha bajado las diecisiete plantas a pelo, quiero decir a pies, y luego, baja que te baja que te baja, seguido seguido, al garaje, último sótano, detrás de los palés que ya ni se acuerda nadie de ellos. Unos que se usaron hace años para algo de un traslado.
Y detrás de los palés, mira tú por dónde, un agujero en la pared. Una puertecita. Una especie de qué les diría yo con puerta. La tía entra y se queda un buen rato. Como le haya dado al jefe por buscarnos, seguro que se cree que me la estoy cruzando en algún despacho de la tercera, de esos que se han quedado vacíos por la reorganización del mes pasado. Por fin se marcha. A ver qué esconde y por qué tiene que llorar tanto. Pues sí. Menuda putada. Como para estar llorando tres días.
Alcocer, el cretino de Personal que tiene una pierna más larga que la otra, envuelto en una manta. Con un cuchillo atravesándole la garganta y cara de no haber comido en días. Con lo hijoputa que era... Así muerto, no parece serlo tanto. Aprovechando que ya no me puede hacer nada, le pego una patada en la tripa.
- Es que te la llevabas ganando desde hace un par de quinquenios mínimo, Alcocer de los huevos -le digo.
Ya sabemos todos por qué llora tanto la nueva. Será cuestión de andarse con ojo. Si anda uno listo, siempre se puede sacar algo de una cosa así... A ver cómo hago para sacarle el tema mañana.

viernes, 16 de noviembre de 2007

De esos días que empiezan mal, mejoran después y acaban fatal.

Menuda hostia que me llevé en el metro ayer por la mañana. Salía yo algo así como distraído (los anises de antes de coger el metro) cuando un tío tan grande que tapaba la puerta del vagón, me metió un empujón que acabé malamente y en el suelo. Ni me pidió mil perdones ni me dijo nada, él iba con sus prisas y para qué. Yo, que soy de natural muy mío, y viendo que por el lado de las bofetadas lo más que iba a ganarme era otra rodada por el suelo, mirándole con cara de buena persona –algo que no me cuesta trabajo, pese a lo que piensen algunos-, le hice gestos, mientras el vagón empezaba a andar, como si tuviera algo en la espalda. Así al menos, andaría tocándose y rebuscándose todo el día en busca de una mancha o un roto. Cuando quisiera darse cuenta de que no era más que una de mis mierdas, ya estaríamos a varios distritos de distancia.

Pero, ya ven, me han hecho irme del asunto. Que es un tema importante y van ustedes y me ponen a contar lo de la hostia en el metro. A ver si nos centramos en las cuestiones, cojona. Que yo les quería hablar de que ayer tenía callista. Sí, claro, eso es muy importante. Es la hostia de importante, pues vaya una historia.

Pues sí que lo es, no puede serlo más. Claro, como ustedes no están enamorados de su callista, pues claro, lo ven todo en plan neocon o como se diga, que todo les parece una relación de intercambio de bienes por producción. Pues a la mierda con todos ustedes, que yo sí que creo en el amor.

Se llama Leslie y tiene un canalillo que ni el de Isabel Segunda, que es la señora del agua del grifo. Y con muy mala leche, cabreada siempre como una mona, que no saben cómo me pone. Me echa unas broncas que pa qué las prisas: que si tardo mucho en ir, que si soy un dejao, que ya está harta, que no hago más que darle trabajo con mis juanetes y mis uñas en garra. A ver, que uno tiene sus callos y sus durezas, que tampoco es para tanto. Pero no nos desviemos, que no saben cómo me pongo cuando la tengo ahí debajo, metiéndome las cuchillas ésas por los callos y diciéndome de todo, y ese canalillo que me haría un chalé ahí mismo y me pondría a vivir y no saldría ya ni para tomar los anises.

Yo se lo digo: “Tú lo que quieres es matarme, pedáloga de los cojones, qué bendición de tetas, hija mía”. Y ella me mete más la cuchilla y me cago en el daño que me hace. En resumen, que qué buenos ratos que nos echamos.

Así que en lugar de joderme con el pavo del metro, yo me dije que para qué el cabreo si luego iba a tener a la Leslie entre los pieses, y que la vida son dos días y uno tiene que vivirla con lo mejor que se pueda, qué coño, que una hostia de más o menos no cambia el balance. Y se me fue pasando el día y cada vez faltaba menos para la callista, y además con calcetines sin tomates, que a ella le gustan esos detalles.

Pero nunca hay felicidad para el pobre. Ya saben eso de que al final siempre pasa algo y el mundo se acaba o te sale un grano o yo qué sé, pero que después de tanto trabajo por no hacerme daño con mis cosas ni ponerme angustioso y pensar sólo en lo bueno, ¿no coge la tía y con la excusa del frío me viene con jersey de cuello alto?

lunes, 12 de noviembre de 2007

Les voy a explicar cómo funcionan las cosas por aquí

El pez gordo se come al chico. El mierda amenaza al que es aún más mierda que él. Si alguien no te hace caso, si alguien no contesta un correo, si a algún listo se le ocurre darte el día, le mandas tú uno con copias a mucha gente, a toda la que puedas recordar. Gente que no exista, da igual, el caso es que se cague y haga lo que ya tenía haber terminado. Porque tú tienes prioridad y llevas en la oficina mucho más tiempo que cualquiera de los demás mierdas. Aunque sea mentira, que no se diga que te dejas comer el terreno. Y que nadie se ponga nervioso. Las cosas siempre llevan su tiempo, especialmente si las haces tú.

Por otro lado, la paciencia es un don. El don que te hace falta a ti. Si algo me lleva tiempo es porque tengo cosas más importantes que hacer. Lo mío corre prisa, lo tuyo no. Es fácil de entender. ¿Podrás entenderlo? ¿Sigues teniendo prisa? Aplica entonces el primer párrafo.

Vale, has ganado. Tus amigos son más fuertes que los míos, eres todo un hombre, ¿verdad? Lo haré tan rápido como me sea posible, teniendo en cuenta que te falta pasar el proceso de autorización interna, la aceptación del controller, el OK de Recusos Hermanos, ¿dónde está el desglose de costes? ¿y el código de departamento? ¿cómo es posible que aún no hayas dado de alta el cliente? No, no vale sólo con el NIF, necesitamos toda la documentación de la lista adjunta. Si tienes suerte y aún sigues aquí el año que viene, tal vez la hayas conseguido reunir. Pero que quede claro que yo no tenía más que ganas de ayudarte...


Bienvenido a mi mundo, capullo.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

lunes, 5 de noviembre de 2007

Todo forma parte de un gran plan

La putada es que te levantas tan contento y de repente, siempre ocurre algo que termina por joderte el día. Camuñas, el de contabilidad, tiene un letrero en su mesa que lo explica. Y razón no le falta, es una verdad como pocas de las verdades.
Andaba yo en mi primer sol y sombra, a eso de los amaneceres, esperando a que abrieran la oficina y colarme en el despacho del Director General para mi ratito de introspectiva de cada mañana, cuando, justo a mi lado se me sienta un calvo de los cojones. Vale que no estoy para nadie a esas horas, pero vamos, que había barra de sobra para los dos que estábamos. Y encima el tío se me pone a hablar. Yo, como que ni le escucho. Pero él, que nada de nada y te jodes que me lo vas a oír todo. Que si sólo usamos el cerebro a un veinte porcesto de su capacidad, que si el túnel de la muerte, que si todo forma parte de un plan... yo qué sé la de chorradas.

Como no quería cabrearme y soltar la mano a pasear, me pedí otro de lo mío. En copa grande. Y me cambié de sitio, con cara de "no vengas que esta vez sí que te llevas la hostia" El tío entendió, pero sólo a medias. Acercarse no se acercó, pero siguió con el raca raca, de que si el más allá, y la vida que hay después, y el plan y toda la cosa otra vez. Antes de irme, me acerqué a él. No en vano había sembrado una gran inquietud dentro de mi:

- ¿Así que todo forma parte de un gran plan? -le pregunté.
- En efecto, no hay la menor duda de ello -aseguró con gesto de doctor y de gilipolla.
- ¿Y en qué parte del plan salgo yo?
- Eso es un misterio insondable.
- Ya. Es para que me cambien. Que estoy hasta los huevos de la nueva que me han puesto en la mesa de al lado. Digo yo que no será tan complicado.
- Somos juguetes del destino, hermano.

No me gusta llevar los temas personales al bar. Es una cuestión de elegancia. Pero, claro, no contaba con que somos juguetes del destino. Le metí bien metido, en toda la foto de carnet, y luego después en el suelo, le volví a meter.
- ¿Por qué? ¿Por qué? - gemía con acento de paranormal.
- Ni puta idea, hermano -le contesté-; supongo que es cosa del plan.

Luego, en la oficina, y a la hora de escribir este bonito diario de mis cosas, miro a la nueva, que hoy también tiene cara de asco y me pregunto si ella también forma parte del plan.

lunes, 29 de octubre de 2007

Una cuestión nacional

Hoy en el metro iba yo como siempre leyéndome el periódico del de al lado, y zas, de pronto, una noticia histórica -en mi opinión realmente que sí, oígame. Dicen que se dicen unos científicos por ahí el mundo que en España -que es el país del que vivo-, trabajamos muchas horas, más que en el resto del sitio de donde son los científicos, que son del mundo. Y, aquí está lo bueno, se dicen también que tenemos la producitividad por debajo de las indicaciones de los demás del mundo que hay en el mundo. Para entendernos, que somos el país en total que más tiempo nos tocamos los huevos en la oficina.

Pienso que este blog debería ser un éxito. Por falta de producitividad no va a quedar.


Aquí, unos compañeros metiéndole duro a la producitividad

miércoles, 24 de octubre de 2007

El sentido de la vida: una aproximación.

Esta mañana acaba de pasar por mi sitio una tía que creo que no lleva mucho. El caso es que mientras me pide unas fotocopias de no sé qué, así como quien no quiere la cosa, va y me suelta que para ella lo más importante en la vida es realizarse profesionalmente. Yo bien que le hubiera contestado algo, pero estaba haciendo la digestión de las mollejas.



A ver si un día de éstos me entero de dónde se sienta y le pregunto qué quiso decir exactamente. Pero es que llevo unos días muy malos por lo de la acidez.

La culpa es del sesenta y ocho.



Lo ha dicho José María, que es un oficinista de puta madre, aunque por mí se podía quitar la melenita, que no pasaría nada. Nos viene todo de ahí, del sesenta y ocho. Todo lo malo, se entiende. De no haber habido un sesenta y ocho, ahora ni Dios se hace idea de lo bien que estaríamos todos. ¡Cuánta razón tiene!


José María, según me cuentan, está jodido porque él estaba de encargado en un sitio, y, no se sabe muy bien cómo, pero el caso es que le pusieron en la puta calle. Como lo oyen, el pobre se ha quedado con una mano delante y otra detrás. Y con lo que disfrutaba en la multipropiedad con los cuñaos. No me extraña que se haya puesto así.


Ahora, qué grande el tipo. Qué visión, cómo conecto con su mensaje. Pues, ¿no fue en el sesenta y ocho cuando mis viejos me pusieron a trabajar de ordenanza porque había que ayudar en casa? Yo, lo tengo claro. De ahí, del mismo sesenta y ocho, me viene a mí tanta mala hostia. ¿O es que creen que yo era antes así?


Pobre José María. A ver si se me coloca pronto. Que aunque no encuentre de lo suyo, todavía le cogen en algún ultramarinos como oficial de primera. Sí, de los que te cortan el jamon en lonchas con la máquina ésa tan chula. Para un tío que sabe tanto, yo no lo veo mal apaño.

miércoles, 17 de octubre de 2007

Yo no me llamo José Luis, señora

Anoche, andaba yo estirando los anises en el Club Airis, mi lugar habitual de esparcimiento tras las largas y duras jornadas de mover papeles del punto A al punto B, cuando de pronto, sucedió lo inesperado.


- Señora, se ponga usted como se ponga, yo no soy José Luis -una voz muy excitada saltaba por encima del estruendo.


Es que en el Airis se habla muy alto. Algunas de las muchachas, cosas de la edad, ya no andan muy rápidas de señal auditiva, y, claro, hay que forzar la voz. Así que se imaginan el ruidazo. Que si un par de güisquis para aquí la señora, que si a ver dónde están esos cubatas. Que si cuándo me vas a llevar a cenar por ahí como una señora, que para follar nunca hay problema, pero para llevarme como una señora, ahí te pudras. Que no es eso, Mari. Pues entonces ya me dirás tú qué es... Y luego la tele puesta a todo destibelio. Bien alta que está. Ahora que para el caso que le hacemos.


Ya saben lo que pasa cuando hay mucho ruido. Que de repente todo el mundo se calla, así a la de una dos tres, y zas, tú sigues gritando y va y se entera todo Dios es Cristo.


- ¡Te lo juro por mis hijos, Merceditas!


Miras alrededor con cara de "joder, la leche" y empiezan las conversaciones alrededor. Que si éste que va a tener hijos, que si parece mentira la Merceditas que aún siga tragándose esas bolas... En fin, que te conviertes en el tema de conservación de todo el recinto. Te acabas yendo a casa con la misma cara de gili y diciéndote que es la última vez que pisas el Airis, que está lleno de chusma. A mí una vez la cosa me duró casi una semana, no les digo nada.


Pero esta vez no era yo, sino un tipo que en la tele le decía a una señora con muy buena pinta, de esas que no van a la compra, que mandan a la esclava del señor a por las cuestiones. O sea que la señora, que tenía unos pelos estupendos todos bien rubios y moldeados, le estaba reclamando, y él que nada, que no soy José Luis, señora, que yo a usted no la conozco,... Lo de siempre, vamos.


La gente nos miramos, claro, a ver quién era el pringado esta vez. Pero, nada, que no había sido nadie, que era el de la tele. Pinta de oficinista tenía, y pinta de la buena. Ese tío era un profesional, con sus gafitas y su gesto preocupado. A mí no me digan, pero yo reconozco a un maestro en cuanto le echo el ojo encima. Así que el muy cabrón tenía un lío con la señora, que ya claro, a esas edades, y ahora se hacía el loco. Menudo ejemplo. Bueno, en fin, como todos los que vamos al Airis.


- Otro que tal -gritó la Pelos, que es la dueña y la que le echa agua al güisqui.

- ¿Cómo que otro que tal? -contesté yo muy en mi indignación- Si no la conoce, no la conoce. No hay más que mirarle a la cara para ver que no se llama José Luis.

- No, si ahora que os sacan en la tele, vamos a tener que aguantaros, chulos de puta -la Pelos es que siempre está cabreada, pero eso es por un hijo arquitecto que reniega de ella. Yo le conozco, trabaja en mi oficina y va ya por su segundo máster.


A mí, qué quieren, me molesta tanta tensión y tanta mala hostia. Porque si el hombre no se llama José Luis, pues no se llama José Luis. Y si no conoce a la señora, que tampoco nos engañemos, ya estaba para poco trotar por la cañada, pues que no la conoce y se acabó joder.


Pero es la sociedad en que vivimos, eh, que no te perdona una. Que uno es persona, coño, y si de joven te echaste unos ritmos con una de Valladolid y vas y te la encuentras en la tele, pues qué le vas a hacer. No eres José Luis y punto en la pelota.


Joder. Que es que hay que explicarlo todo.

lunes, 15 de octubre de 2007

De cómo llevar los papeles de un lado a otro

Un buen oficinista no se dedica, en previsión de que pueda asignársele cualquier tarea, a parecer ocupado sin más. Eso sería estúpido e indolente y dice muy poco de la altitud de miras del oficinista. Seamos claros: la manera en que queramos parecer ocupados constituye uno de esos criterios fundamentales que dividen a la gente entre normal y mediocre. Y los verdaderos profesionales de la mediocridad somos muy mirados a la hora de que se nos metan indeseables en la categoría. No se trata entonces de parecer ocupado, sino de estarlo sin estarlo. Si me han entendido, no hace falta que continúen. Ahora, si no creen saber aún de qué les hablo, consideren seriamente seguir con la lectura que hoy les propongo.

Un buen oficinista está realmente ocupado. Pone todo su espíritu en ello. Como los maestros del zen tienen a bien afirmar: "el hombre más sabio de todos convierte las tareas importantes en nimias, mientras que transforma las intrascendentes en las verdaderamente primordiales". En este principio se encierra todo nuestro saber de oficinistas. Llevar, por ejemplo, un papel de un lugar a otro no es asunto baladí. Debemos abordar dicha tarea como si muchas y trascendentales cuestiones dependieran de ella -algo que se demostrará más adelante.
Para empezar, y por si no les pareciera poco, nuestro trabajo. No hay cosa peor en la oficina que algún imbécil de jefe de segundo nivel crea que tenemos poco que hacer, máxime cuando en nuestras manos ha recaído labor tan fundamental como la de mover un papel de un sitio a otro. Y cuando digo sitio, observe el neófito que podemos estar hablando de una enorme variedad de situaciones, a cada cual más exigente y específica: la mesa de un compañero, la bandeja del correo interno, o cualquiera de los múltiples ingenios que en forma de faxes, impresoras o fotocopiadoras, pueblan la oficina moderna. No es poca cosa, no.


Adquiera entonces el discípulo que quiera alcanzar la maestría del Oficinista un gesto agitado y nervioso, preocupado a más no poder, demudado por tan magno problema, abstraído en las verdades más absolutas del universo, apurado siempre. Camine lleno de inquietud del lugar A hacia el B, origen y destino del traslado del papel, tropiece con algún compañero, musite las palabras mágicas "Perdona, es que llevo un día...". Hágase notar, que todo el mundo alrededor le vea como un hombre verdaderamente ocupado. Nadie en su sano juicio se atreverá a distraerle, nadie le asignará tarea alguna. En todo caso, recibirá un recado de su jefe directo al pasar: "Tranquilo, ya verás como no es más que una racha..."


Su jefe, ese cretino al que usted le importa menos que la pelusilla de su propio ombligo es, ante todo, un ser muerto de miedo ante el mundo. Tocaremos algún día ese tema. Pero baste por ahora señalar que, respecto a este asunto que hoy desarrollamos, jamás ese ser sin criterio ni coraje alcanzará el valor necesario, llegado digamos el temido ERE, y cuando le pidan nombres, de sugerir el suyo de usted. ¿Por qué? ¿Hace falta explicarlo? ¿Cómo deshacerse de alguien tan ocupado, que con tanta dedicación y empatía aborda sus tareas diarias en la oficina? Si incluso, para el empeño de trasladar papeles de un lado A a otro B, parece estar poniendo su vida en juego...


¿Y cómo lograr tal estado de perfección? Acudamos de nuevo al adagio. "El verdadero maestro es aquel que pone toda su alma en desempeñar una sola tarea". Es decir, debemos ocuparnos solamente en una cosa. Una sola cosa, pero que, si la piensan, es tarea propia de titanes. Debemos ocuparnos al máximo en el noble arte de parecer ocupado. Debemos ocuparnos, insisto, como si nos fuera en ello todo nuestro buen nombre, toda nuestra fortuna. Como si todo lo que conocemos, el mundo que con tanto esfuerzo nos hemos fabricado alrededor, dependiera de que el papel -aunque esté en blanco, eso es lo de menos-, llegue de A a B en las mejores condiciones. Aunque para ello debamos emplear varios días, que éste no es asunto menor.


"El zen termina donde empieza la práctica de la Vía. Es un anillo sin principio ni fin. (Especialmente si tienes que llevar un papel de un lugar a otro)".

lunes, 1 de octubre de 2007

Declaración de Principios




Día de lluvia.

No le tengo miedo a la vida.

Siempre que me den un box en el que aislarme.

A ver qué se han creído ustedes.

jueves, 27 de septiembre de 2007

Es todo una cuestión de ser claros, coño.

Reunión de Departamento. El jefe, que es un tío joven que ha leído mucho según él, inicia la cosa con su discurso de los cojones. "Me gustaría que ésta fuera una reunión de amigos, que nadie tenga el menor reparo en decir lo que piensa; mirémonos a los ojos y opinemos con libertad". En el silencio incómodo que se instala tras aquellas palabras, no puedo evitar pensar en ella, la mujer que me ama en silencio. Sí. Yo les cuento. Hace unos días como que me puse una película en la televisión. Era de un hombre que se enamoraba de una mujer. Hasta ahí, nada que no nos hubieran dicho antes los de la tele. Pero los años pasaban y él como que no se atrevía a decirle nada. Muy amigos de hablar, pero él, que nada, que no se atrevía. Se le pasó la juventud y la madurez y todo lo que venía después. Y, claro, la mujer se casó -dos o tres veces-, pero él, nada, que no se decidía. Así que sólo eran amigos y ella le contaba todo lo suyo y él con cara de imbécil todo el tiempo, haciendo de no sé qué haría, pero de gilipollas seguro. Al final, pero muy al final, el tío -que está como una pasa- va y se lo dice. La mujer está en la cama, porque también se va a morir. Y él, en un momento así como de lucidez, va y se lo suelta todo. Que si he estado toda mi vida enamorado de ti, que no ha habido nunca otra en mi corazón, que ni un solo día he dejado de hacerte el centro de mi vida... El problema es que ella, para entonces, ya se había muerto y no parece que se enterara de cosa alguna.

Así que me dio por pensar. ¿Y si hay alguien en el mundo que está enamorada de mi y no se atreve de decírmelo? ¿Y si resulta que ahora llevo siendo el centro de la vida de una tía, que encima no tiene el eso de confesarme su amor? Le he dado tantas vueltas al asunto que esa misma mañana llegué a la oficina con la conclusión de que sí, de que hay alguien, pero vete tú a saber. Y me cabrea, no se vayan a creer. Porque a mí el tipo de la tele me pareció lo que se dice un tontolaba, que para cuándo se lo iba a decir, tanto esperar y esperar, y mira cómo se acaba de mal la cosa. ¿Será la pelirroja gorda de la tercera, esa que coge las llamadas de los proveedores? ¿O la tipa estirada de Recursos Huraños? Tanto ser borde conmigo, será por algo digo yo. No sé, alguna es seguro. Pero a ver quién tiene los cojones de decirlas nada, si ellas no quieren, va a ser difícil que vaya yo por ahí preguntando.

"¿Es que nadie va a decir nada?", insistió mi jefe ante el silencio general. Yo, claro, a ver qué sino, me puse de su parte. No es que me caiga bien el niño éste que nos han colocado, pero razón, al menos en este asunto, no deja de tener. Me cabreé pero bien de lo lindo, y les dije a todos lo malo que es guardarse las cosas y que si alguien tenía algo muy dentro y no lo dejaba salir, pues que menuda putada para los afectados y sus familias. Y, como nadie seguía sin atreverse a decir una mierda, les conté la película de la tele, pero como para hacerles ver, no sé si me van entendiendo. Y nada, lo que es ni un suspiro. Me levanté indignado. "Vaya un departamento, que nadie se os atrevéis a decir nada, y menos mirando a los ojos. Vergüenza debería daros, esto es así y no hay Dios que lo cambie..." El niño, quiero decir, el jefe, me miraba como si no entendiera nada de lo suyo. Pero es que así son éstos que tanto saben, primero disparan y luego se hacen los yo de ésto ni idea. Con el problema que tengo yo ahora. Creo que dicen que ya no van a convocarnos más, al menos en lo que queda de año, que el niño prefiere que estemos callados y no nos miremos más a los ojos.

lunes, 24 de septiembre de 2007

Lunes de bingo.

Tengo la sensación de que la gente tiene problemas con los lunes. Cuando digo la gente me refiero al menos a toda aquella que conozco. No paran de hablar del asunto. Aunque no les dura mucho. Desde que entran -el lunes- hasta la hora de comer. Luego se les empieza a pasar, o por lo menos dejan de hablar de ello. Será que empiezan a sentir la cercanía de la vuelta al hogar. Al día siguiente, se quejarán del martes, pero ya con menos congoja. Así hasta el viernes, día en el que nadie cree en la existencia de eso que se llama el lunes.


El ciclo se repite. Semana tras semana. Los viernes olvidamos cuanto nos rodea. Pero llegan los lunes y empieza todo de nuevo aunque no por mucho tiempo. El sentimiento vuelve a diluirse a medida que pasan los días. Me recuerda a las bolas del bingo, pero al revés. Al principio tienes la sensación de que vas a ganar. Después, según los bombos van quedándose vacíos, empiezas a olvidarlo todo. Terminas deseando que la partida se acabe pronto y puedas volver a empezar. Es todo igual pero al revés. No sé si me entienden, aunque me importa un carajo. A ver si vamos ahora a ponérselo fácil a nadie.