jueves, 25 de noviembre de 2010

Apocalypto


Seguro que los han visto. Por las calles, atravesando los semáforos con orgullo y dejadez de dandies. Traje azul eléctrico, melenita en el cogote, nudo gordo de corbata… zapatos marrones.


Seguro que los han visto y seguro son conscientes del problema. Los putos zapatos marrones. Los cochinos zapatos que mueven el mundo, los que llevan los encargados de planta, los coordinadores de área, las promesas emergentes, los capullos que hablan a voces en el Cercanías, o que te meten la Cayenne por el paso de cebra hasta que casi te tienes que subir al capó.


No son pijos. Son algo más. No son horteras, son otra cosa. Lo más parecido que yo había encontrado en el Atlas de la Zoología Hombruna son los vendedores de la planta de caballeros del Inglés Cortado. Sí, los conocen. Esos señores de edad mediana y expresión de hastío que rezuman colonia a granel y pintitas de caspa, pero que tienen que ir de traja para parecer ejecutivos. Esos que siempre se están peleando en una caja porque a santo de qué el capullo de Méndez Menéndez va a ser el primero en elegir turno de vacaciones. A santo de qué. ¿Y usted qué quiere, coño?


Los de los zapatos marrones son la nueva clase media. Una mezcla de guisantes arrugados y lisos, un fenómeno de la sociología que muta mutando es capaz de producir esos monstruos de la razón tan conseguidos. Zapatos marrones, adosado en Alcorcón o en Boadilla, televisión por satélite, alta definición de sí mismos, amigos de barbacoa, ya te digo, venga, nos estamos viendo y yo es que lo tengo muy clarito.


Son una tropa organizada. Están organizados y van a por nosotros. Han elegido esa mierda de traje azul y zapatos marrones, porque saben que con eso están haciendo daño, muchísimo daño, a la gente sensible y amante de las cosas sencillas y hermosas, como este Hombre Topo que ya no duerme, ya no sabe ni contesta, ya no es más que un dead man walking con el pañal sucio. Así es como están las cosas. No digan que no les avisé. El hermano luchará contra su hermano. La cuñada joderá la bechamel echándole kétchup encima, en la cena de Navidad, delante de los niños, no, los niños, no por favor.

martes, 16 de noviembre de 2010

Lola Mento.

ETA mataba y Batasuna lamentaba la situación de violencia, el hecho producido, las víctimas civiles. Creo que no era hace mucho. Les echaron de las elecciones por no condenar. Les metieron en la cárcel por no condenar.


Ahora, el gobierno marroquí mata y el gobierno español lamenta la situación de violencia, el hecho producido, las víctimas civiles.


¿Soy yo el único que se está volviendo sordo por causa de las lamentaciones y su estruendoso silencio cómplice?

lunes, 8 de noviembre de 2010

Bola de Sebo. Dos.


Nos reunió el jefe de departamento. Al parecer no podemos más. La economía, los problemas, la falta de pedidos, el año que llevamos que se junta al año pasado que se junta al anterior… Hay que hacer sacrificios, dijo. Todos tenemos que hacer sacrificios. Yo el primero. Dijo.



Algunos hicieron sacrificios. Los hubo que aceptaron bajarse el sueldo. Los hubo que no. A esos los echaron porque había motivos objetivos con los que apuntalar un despido procedente. Yo hice un sacrificio, no es que me importara o me dejara de importar. Lo hice para que no me cargaran de motivos objetivos.



Después, pasaron los meses y tuvimos otra reunión. El jefe de departamento era otro. El anterior ascendió en atención a sus méritos, que fundamentalmente tienen que ver con el hecho de ser el tío que más redujo su plantilla humana en los meses anteriores. Ahora está en la planta de la moqueta sin manchurrones y le han dado un A-6 porque hay que hacer sacrificios.



Las cosas no van bien. Ya, sí, claro, aceptasteis una bajada de sueldo hace unos meses. Pero claramente ha sido insuficiente. No conseguimos corregir el rumbo. Esperábamos más de vosotros. Hay que trabajar más. Ganar menos. No molestar. No pedir. No respirar. Consumir. No pensar. No caminar. No estar.



Hagan ya el sacrificio. No esperen nada a cambio, excepto nuestro mayor desprecio.



Suerte que no les empujemos del carro, que no les abandonemos en mitad de la puta nieve.