jueves, 27 de septiembre de 2007

Es todo una cuestión de ser claros, coño.

Reunión de Departamento. El jefe, que es un tío joven que ha leído mucho según él, inicia la cosa con su discurso de los cojones. "Me gustaría que ésta fuera una reunión de amigos, que nadie tenga el menor reparo en decir lo que piensa; mirémonos a los ojos y opinemos con libertad". En el silencio incómodo que se instala tras aquellas palabras, no puedo evitar pensar en ella, la mujer que me ama en silencio. Sí. Yo les cuento. Hace unos días como que me puse una película en la televisión. Era de un hombre que se enamoraba de una mujer. Hasta ahí, nada que no nos hubieran dicho antes los de la tele. Pero los años pasaban y él como que no se atrevía a decirle nada. Muy amigos de hablar, pero él, que nada, que no se atrevía. Se le pasó la juventud y la madurez y todo lo que venía después. Y, claro, la mujer se casó -dos o tres veces-, pero él, nada, que no se decidía. Así que sólo eran amigos y ella le contaba todo lo suyo y él con cara de imbécil todo el tiempo, haciendo de no sé qué haría, pero de gilipollas seguro. Al final, pero muy al final, el tío -que está como una pasa- va y se lo dice. La mujer está en la cama, porque también se va a morir. Y él, en un momento así como de lucidez, va y se lo suelta todo. Que si he estado toda mi vida enamorado de ti, que no ha habido nunca otra en mi corazón, que ni un solo día he dejado de hacerte el centro de mi vida... El problema es que ella, para entonces, ya se había muerto y no parece que se enterara de cosa alguna.

Así que me dio por pensar. ¿Y si hay alguien en el mundo que está enamorada de mi y no se atreve de decírmelo? ¿Y si resulta que ahora llevo siendo el centro de la vida de una tía, que encima no tiene el eso de confesarme su amor? Le he dado tantas vueltas al asunto que esa misma mañana llegué a la oficina con la conclusión de que sí, de que hay alguien, pero vete tú a saber. Y me cabrea, no se vayan a creer. Porque a mí el tipo de la tele me pareció lo que se dice un tontolaba, que para cuándo se lo iba a decir, tanto esperar y esperar, y mira cómo se acaba de mal la cosa. ¿Será la pelirroja gorda de la tercera, esa que coge las llamadas de los proveedores? ¿O la tipa estirada de Recursos Huraños? Tanto ser borde conmigo, será por algo digo yo. No sé, alguna es seguro. Pero a ver quién tiene los cojones de decirlas nada, si ellas no quieren, va a ser difícil que vaya yo por ahí preguntando.

"¿Es que nadie va a decir nada?", insistió mi jefe ante el silencio general. Yo, claro, a ver qué sino, me puse de su parte. No es que me caiga bien el niño éste que nos han colocado, pero razón, al menos en este asunto, no deja de tener. Me cabreé pero bien de lo lindo, y les dije a todos lo malo que es guardarse las cosas y que si alguien tenía algo muy dentro y no lo dejaba salir, pues que menuda putada para los afectados y sus familias. Y, como nadie seguía sin atreverse a decir una mierda, les conté la película de la tele, pero como para hacerles ver, no sé si me van entendiendo. Y nada, lo que es ni un suspiro. Me levanté indignado. "Vaya un departamento, que nadie se os atrevéis a decir nada, y menos mirando a los ojos. Vergüenza debería daros, esto es así y no hay Dios que lo cambie..." El niño, quiero decir, el jefe, me miraba como si no entendiera nada de lo suyo. Pero es que así son éstos que tanto saben, primero disparan y luego se hacen los yo de ésto ni idea. Con el problema que tengo yo ahora. Creo que dicen que ya no van a convocarnos más, al menos en lo que queda de año, que el niño prefiere que estemos callados y no nos miremos más a los ojos.

lunes, 24 de septiembre de 2007

Lunes de bingo.

Tengo la sensación de que la gente tiene problemas con los lunes. Cuando digo la gente me refiero al menos a toda aquella que conozco. No paran de hablar del asunto. Aunque no les dura mucho. Desde que entran -el lunes- hasta la hora de comer. Luego se les empieza a pasar, o por lo menos dejan de hablar de ello. Será que empiezan a sentir la cercanía de la vuelta al hogar. Al día siguiente, se quejarán del martes, pero ya con menos congoja. Así hasta el viernes, día en el que nadie cree en la existencia de eso que se llama el lunes.


El ciclo se repite. Semana tras semana. Los viernes olvidamos cuanto nos rodea. Pero llegan los lunes y empieza todo de nuevo aunque no por mucho tiempo. El sentimiento vuelve a diluirse a medida que pasan los días. Me recuerda a las bolas del bingo, pero al revés. Al principio tienes la sensación de que vas a ganar. Después, según los bombos van quedándose vacíos, empiezas a olvidarlo todo. Terminas deseando que la partida se acabe pronto y puedas volver a empezar. Es todo igual pero al revés. No sé si me entienden, aunque me importa un carajo. A ver si vamos ahora a ponérselo fácil a nadie.

jueves, 20 de septiembre de 2007

Hoy

He llegado temprano a la oficina. No hay nadie todavía. Está bien. Me gusta recorrer los despachos vacíos. Ojalá estuvieran así todo el día. Se está tranquilo aquí. Aún me queda un buen rato hasta que empiece a llegar la gente. El despacho del Consejero Delgado, en la décima, está abierto de par en par. A alguien se le va a caer el pelo. Qué bien sabe el café. Si abro bien la ventana ni se nota que he fumado. Le voy a pillar una de estas USB's que tiene para regalar. Cojones. Soy el rey del universo. No tengo ganas de que venga nadie. Ojalá nevara. Una vez cayó tanta nieve que no vino nadie a trabajar. Yo fui el único que pudo llegar a la oficina antes de que se bloquearan las calles. No sé si fue el día más feliz de mi vida, pero saldría bien colocado en la lista de los mejores. De hecho, recuerdo pocas veces en que me supiera mejor el bocadillo de sardinas de por la mañana. La mesa de juntas perdidita de aceite. Qué gozada. Aquellas manchas que se movían despacio sobre la madera recordaban a las invasiones de la antigüedad. Incontenibles, sin dejar nada a su paso... "He aquí al sufrido pueblo meridional invadiendo la tranquila campiña sajona...". Pedazo de frase. Me quedé todo el día mirando las olitas de aceite. Bueno, a ratos también me asomaba por la ventana. Era para quedarme tranquilo. Mientras continuara nevando, yo seguiría siendo el rey del universo. Tenía la oficina entera para mi, con sus quince pisos. Y sin vigilantes, que andaban todos metidos en su cuartucho frotándose las manos y viendo AnaRosa. Pero, las cosas que me pasan, que no me apetecía más que poner mi cara encima de la mesa de juntas y contemplar lo más cerca posible el lento movimiento de las manchas de aceite. Creo que en ese momento pude haber tenido una visión del mundo y de porqué las personas son como son, pero, francamente, ya no me acuerdo y no me la voy a inventar.



Hoy, sin embargo, es un día de medio verano medio qué, y de aquí a un nada, el personal va a empezar a dejarse caer por la oficina. Me queda poco tiempo de uso del despacho del Consejero Delgado, así que mejor me van dejando en paz.