viernes, 11 de febrero de 2011

Maalesh


De Tahrir recuerdo:

que necesité al menos seis semanas para atreverme a cruzarla de un lado a otro,

que cuando lo hice y alcancé la otra orilla, imposible, siempre lejana, se me acercó un hombrecillo y me dijo que ya me podía considerar un cairota y que por lo tanto, se había terminado lo de ir por la vida con la cabeza agachada; los hijos de los dioses no nos inclinamos ante nada, no lo olvides, muchacho,

que los rayos del sol del atardecer corrían paralelos al suelo y una vez tuve la suerte de capturar uno y aún lo guardo en casa

que en el callejón de atrás según salías de Sharia el Bustán y girabas a la derecha, las shishas nos duraban las noches enteras y hablábamos de historias imposibles,




Hoy, y después de dos semanas, un puto topo llora de emoción y grita. Un puto topo mira la tarde y llama a su Madre.

A la Madre del Mundo, la Ciudad que Venció.

No me hago ilusiones. Vendrán más cabrones todavía. A Occidente le hacen falta los cabrones como los momento allbran a mi culo.

miércoles, 2 de febrero de 2011

¡Ay madre, las grandes oscuridades!

De pronto. Así es. Me dio por pensar en cómo había hecho para llegar hasta donde he llegado. En todos mis logros personales, en mi inmaculada trayectoria vital. De pronto, también. Reparé en que no en vano adoro la oscuridad; ya que se trata de aquel lugar en donde no puedo ver nada, ya sean los estragos de la edad, las traiciones irreparables o, fundamentalmente, los logros conseguidos y la trayectoria llena de mierda.



Todo de pronto. Como siempre. ¿No les parece muy curioso? Es como para pensarlo, vamos, creo yo.



Es así, ¿verdad? Ustedes ya lo sabían. Nuestros grandes méritos, los momentos esenciales de nuestra vida, así en la oscuridad, resultan deliciosos. Desaparece esa horrible sensación de fracaso. No me lo han querido decir hasta ahora, pero lo sabían. Qué pillos que son ustedes.



Con tal de que no enciendan la luz, estoy dispuestos a perdonárselo todo. Y es que soy la polla.

martes, 1 de febrero de 2011

Better not Blue


Ya desde lejos pude distinguir su mirada melancólica, el azul eléctrico de sus ojos, un poco apagado, como esas bombillas viejas que además de iluminar poco, se consumen mucho por dentro.

La clásica mirada de alguien muy necesitado de amor y buena compañía, de la que no te hacen hablar más de lo necesario, pero que saben estar ahí al lado de uno con su cuerpo, y sin molestar, que eso mira que es difícil.

Me acerqué a ella sin dejar de mirarla. Sus ojos, la leve inclinación norte-noroeste de sus finos labios habían conseguido atraparme de un modo que, al menos en esos primeros instantes, ni siquiera sentí la necesidad de intentar vencer.

Estábamos ya entonces a escaso medio metro el uno del otro. Pese a ello, su mirada continuaba como perdida, dirigida hacia algún punto entre mi espalda y un cartel de una manifestación a favor de la familia. Me estaba enamorando de una mujer que todo lo más, me ofrecía su ausencia. Melancolía y ausencia, dos firmes columnas sobre los que construir una relación. Paroxetina no parece compartir mi opinión. Abre la boca como esas ventanas que se dejan el día entero para ventilar una casa. Sin sonido, pero sus gritos, como siempre que se pone así, inundaban mi cabeza de un modo algo incómodo e invasor. Yo estaba amando a alguien, no era el momento de atender las quejas y los celos de ninguna otra.

El kiosquero, hombre de escasa paciencia imagino, me urgió a decidirme. Bueno, ¿qué? ¿Qué de qué? ¿Se va a quedar ahí mucho rato más, se va a llevar alguna cosa, me va a seguir interrumpiendo el paso a la respetable clientela? Paroxetina, el kiosquero y la mirada perdida pero azul gastada, contra mi amor infinito.

¿Crees que podría tener sentido?, le pregunté mentalmente. No creo que de haberlo hecho de palabra hubiera recibido respuesta ninguna, así que creí mejor guardar aquella saliva para cuando realmente fuera menester usarla. Estás necesitada de amor, ¿verdad?, prosiguió mi lóbulo izquierdo -responsable en gran medida de los líos en los que suelo meterme.

De pronto, tuve la sensación de que la nuestra no sería una relación feliz. Si en algún momento conseguía sacarla del coma en el que parecía hallarse, el gesto sonriente pero desplazado de su padre, la mano de su novio que se aferraba a su hombro derecho cortándole toda libertad de movimiento, no me ayudaban a concebir esperanzas. ¿Podría confiar al menos en su madre? No, no era el caso. La mujer acababa de fallecer y las fotos de la portada de la revista en la que salía una hermosa joven que inundaba el mundo de un sucio y melancólico azul chapa, acompañada por un padre semi inconsciente y un novio dedicado, posesivo y desde luego mucho menos famoso que ella, nos mostraban al grupo en el cementerio.

Paroxetina gritaba y gritaba, lo que era a mí, ya podía seguir toda la tarde que no iba a hacerle el menor caso. Y si persistía, ya vería ella lo que iba a hacer yo con la media pastilla de la hora de la merienda. El kiosquero , viendo que por otro lado, no había en ese momento ninguna respetable clientela con la que justificar su cabreo conmigo, y, sobre todo, sospechando encontrarse en presencia de alguien cercano a la joven de la portada, decidió volverse humano.

- ¿Qué? ¿Les conocía usted?

- A punto estuve una vez, ¿sabe? Casi nos hicimos novios. Pero al final, no sé, como que me eché atrás. Esas cosas nunca funcionan.

- Ya ve. Así es la vida.

Sé que el cabrón va comentando por ahí que si soy un tal y soy un cual. Que me gusta presumir de imposibles. ¿Pero cómo va ese tío mierda a haber sido casi novio de la chica ésta, con lo guapa y lo joven y lo famosa que es?

Yo podría contestarle, ponerle las cosas bien claras. Pero me da que sería como dar margaritas a los cerdos. O cerdos a las margaritas, que para el caso que nos ocupa, todo me resulta como muy conmutativo.