jueves, 25 de septiembre de 2008

Diccionario Breve de Términos Empresariales Gilipollas. Hoy: el Centro de Coste.

“El Centro de Coste es como la virginidad, el don más preciado. Bajo ningún concepto se da a nadie, mucho menos si es un extraño. Si, llegado el caso, no te quedara más remedio que darlo, que sea siempre a cambio de algo que merezca la pena, como dinero o favores gordos”.

Sabias palabras, ¿no les parece? Aún me parece estar oyéndole, a mi primer jefe, don Ignaciano, un señor de los de antes, Jefe de Servicios Generales durante casi cincuenta años, con su palillo en la boca y sus tres dientes color caca.

El Centro de Coste es algo que es tuyo y de muy pocos más, algo que te ha sido concedido, pero no para que lo malgastes de manera irresponsable, sino para que lo conserves y se lo transmitas lo más intacto posible a tus sucesores, que no hay cosa peor ni más fea ni más indecente que un Centro de Coste que va de mano en mano, al que todo el mundo imputa costes y del que nadie quiere hacerse cargo.

Antes de dar el Centro de Coste, regatea, pelea, miente, adula, grita, regala, promete en falso, roba… lo que sea con tal de que tu contrario entienda que lo tiene muy jodido y que le tocará poner mucho encima de la mesa para poseer esa información.

Conviene no dárselo ni al primero ni al segundo ni al noveno intento. Que crea que es imposible. Que vaya reduciendo pretensiones cada vez que vuelve con lo mismo. Y, lo más importante, que se vaya olvidando de las tentaciones. Si se trata de imputarnos los gastos del becario asignado a nuestro departamento, y que se ha pasado todo el puto verano tocándose los cojones, vale. Pero si de paso lo que quiere es introducirte las facturas de hotel más cena más desayuno más masaje tántrico, para siete, que el Director Comercial no sabe cómo hacer para que se lo pague la empresa, que se vaya a tomar pol culo PERO YA.

El Centro de Coste es el Centro del Universo, el punto gravitacional único e indivisible sobre el que orbitan los curros de todos aquellos que le sirven y de él se alimentan. Debes protegerlo con tu vida y evitar que ningún hijoputa lo mancille con sus facturas. Una vez que un Centro de Coste cae en malas manos, y es conocido de todos por su facilidad para tragarse cuanto le echen, más le valiera a su responsable arrojarse al vacío; a partir de ese momento, cualquiera puede llegar e imputarle desde horas de consultoría hasta taxis, parkings, comidas, viajes a la Alcarria, corderitos segovianos, cajas de Rioja, lencería de colores, y así hasta llegar a eso que están ustedes pensando, cerdos rijosos.

Claro que estamos hablando de tu Centro de Coste, no del de los demás. En ese caso, la ecuación se invierte de manera ultracompleta y total de la vida. El Centro de Coste de los otros es tuyo, dispón de él como quieras, ataca con todas tu fuerzas, violéntalo, hazlo tuyo, méteselo todo, desde el cochecito eléctrico con marchas de tu sobrino hasta la reforma del baño. No hay tasa ni cuartel ni hostias que valgan. A por ellos. El mundo es tuyo, fuiste tú y no otro el que heredó la tierra. Lo dice la Biblia, puedes disponer de todo cuanto ves a tu alrededor: animales, personas, árboles frutales, iphones,… Tú eres el Rey de la Creación. Pero recuerda, sólo una cosa tienes vedada: no tocarás tu Centro de Coste.

Porque, una vez tocado, ya no hay vuelta atrás. Ese día, tu Departamento, ciertamente desparecerá entre estertores. A tu jefe tal vez le asciendan, pero a ti, pequeño mierda de oficina, y con la excusa de lo insoportable que le resultas como gasto a tu empresa, no te queda más que apuntarte al Coro de Parados de tu Puto Barrio. O hacerte el sirimiri en medio del comedor corporativo, a ser posible en hora punta. Que lo vean todos, coño.




Obsérvense las miradas obscenas hacia
el Centro de Coste de la pudorosa compañera.

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