jueves, 31 de diciembre de 2009

prejubilados

Juan Ignacio López Va y López Viene es un señor que tiene los mismos años que yo y que se casó en su día, pero nunca nunca sintió nada por su esposa. Eso al menos es lo que él dice justo de agarrar su limpiacristales y metérselo entero garganta abajo. Yo a tanto no me atrevo. Quiero decir, a ponerme con las cosas personales, ahí en mitad de la zona pública.

Pero Don Juan, como él dice que hay que llamarle, está ya en caída libre, y ya no hay quien le pare, coño. Eso es lo que él dice. Nunca la quise. Era buena, pero yo nunca la quise. Me cuidaba y esas cosas que hacen que brote el cariño, pero imposible. Me casé porque tocaba, porque en el fondo me daba pereza seguir buscando, no sé…, pero me casé y le dediqué treinta años a full. A full. Pero no la quise, ni siquiera un poquito, ni siquiera en Navidades.

Yo nunca le falté en nada, ella bien que se lo podrá confirmar, jamás diría nada contrario. Pero ni la quise ni la quiero ahora. Asistí a su entierro como si fuera el de la mujer esa del fondo de la barra, la que se está colocando el sujetador. Di las gracias a todo el que vino y moví la cabeza cuando me pedían resignación.

Sin embargo, estuve enamorado. Casi los mismos años que me duró el matrimonio. No le diré el nombre porque usted también la conoce y porque no me da la gana y total lo va a acabar sabiendo igual. Nunca le hablé más allá de lo que se dicen los compañeros de oficina: ¿qué tal? ¿cómo vas? ¿dónde pasaste el puente?, un par de besos fríos y automáticos a la vuelta de vacaciones. Cada poco me encerraba en el baño a llorar de rabia y darme puñetazos en las putas tripas, incapaz de soportar el dolor de no hablarla, de no acariciar su piel brillante. Veinte años envejecimos juntos, separados por una mampara que tapaba mucho menos de lo que yo hubiera querido. Esperé a la muerte... Cómo la esperé. La mía, la de ella, la de mi mujer. Otro limpiacristales. Sin hielo, por favor.

Juan Ignacio acaba de recibir el finiquito. Dice que le cuadran los números hasta los sesenta y cinco, y eso que aún le quedan diez o doce. Yo creo que ni de coña llega a los sesenta y cinco con la mierda que le han dado. Pero López Va y López Viene tiene otros planes.

Sé que tiene otros planes. Ella, la mujer que amaba en silencio, empezó a olvidar cosas. Te saludaba dos o tres veces al día, después fue a peor. Se la llevaron hace unas semanas a una residencia. Unos sobrinos que no quieren mucho lío. Dicen que la cosa va rápido. La última vez que la vimos, saliendo con una caja de cartón, llevaba una mirada vacía y acuosa. No se despidió de nadie. Y no es para reprochárselo, la cabrona no se conocía ya ni a sí misma en el espejo.

López Va y López Viene tiene otros planes. No le hace falta llegar a los sesenta y cinco. Se ha pedido otro limpiacristales y María de la Encarnación, la dueña del puticlub de mi barrio, tendrá que pedirme ayuda otra noche más para echarle a la puta calle.



The woman I love's 'bout five feet from the ground,
doggone my bad luck soul,
Hey, five feet from the ground;
Five feet from the, I mean ground,
She's a tailor-made woman, she ain't no hand-me-down.

I bet my money, and I lost it, Lord, it's so,
doggone my bad luck soul,
Mmm, lost it, ain't it so?
I mean lost it, speakin' about so, now,
I'll never bet on the deuce-trey-queen no more.

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