lunes, 25 de mayo de 2009

¡Ah, no! ¡Eso sí que no!

Llevamos decenas de años asistiendo a la banalización de las ideologías y espiritualidades varias, a la de los poderes del Estado, y también a la banalización de la prensa, el deporte, el alcoholismo juvenil o los viajes de aventuras.

Hemos banalizado el hambre del tercer mundo, las pandemias y los conflictos regionales. Como nos seguía sobrando algo de tiempo, dirigimos nuestra mirada al ocio y la cultura, hacia las causas benéficas y la construcción civil.

Han caído todas las causas, ya ni buenas ni malas; tan sólo banales. El G-8, la Cumbre Latinoamericana, la Organización de Estados Islámicos, la FAO, el Tribunal de Derechos Humanos de La Haya, la Organización Médica Colegial, el Vaticano, la Liga de Fútbol Profesional: fuentes inagotables de afirmaciones banales y de rápida caducidad.

Sindicatos, internautas, pensadores, conselleiros, historiadores, acuarelistas, thinktankers, goleadores natos, cronistas de la vida social, viejos luchadores antifascistas, diseñadores en tresdé, expresidentes canosos, apóstoles del software libre, mastectomizadas jubilosas, creadores de vídeo juegos y demás reinsertados en general: nadie se pudo escapar, a nadie es posible escuchar más de dos minutos seguidos sin que se le escape la imbecilidad barata de rigor.

Y lo hemos tolerado. Que no nos hemos quejado, ni hemos empezado ninguna cruzada, ni señalamos los males de esta sociedad.

Pero todo tiene un límite. Y es que a los pensadores y moralistas y demás representantes de la clerecía oficial o apuntada para la ocasión, les ha dado por denunciar la banalización del sexo en nuestros días.

¿La banalización del sexo en nuestros días? ¡Vive Dios! ¿Y dónde dice usted que dan de eso? ¡Que yo me apunto pero ya! Quiero sexo banal, sexo divertido y sin pretensiones. Sexo que no sirva para nada, sexo al derecho y del revés y con agua o con sifón. Sexo de no decir nada, sexo todo el tiempo, sexo de temblarte las piernas, sexo de “que no se le ocurra llamarme después de ésta, por favor”.

Banalicemos el sexo. Urge ser banal de manera absoluta e inalcanzable, y dejarnos de putas vainas y de pensadores que todo lo piensan y se ponen gafas oscuras cuando van de puteríos.

Urge ser banal en todo. ¿O no era esa la idea del principio? Ahora que tocaba banalizar algo realmente divertido, no iremos a joderlo todo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Amén, hermano. Amén.

el hombre topo dijo...

Ello es en efecto.