miércoles, 4 de marzo de 2009

Un día de estrategia y compañeritos.

AVE. Seis y media de la mañana. La dirección quiere motivarnos. Y qué mejor motivación que llevarnos a pasar el día a ver el mar y tomar baños de sol y ver unas cuantas presentaciones sobre la nueva estrategia de la compañía.

No, subirnos el sueldo o darnos un mes más de vacaciones no nos motivaría más que irnos a hacer el capullo a santo tomar polculo, seis de la mañana y sereno.

No. No servimos bebidas alcohólicas en los trenes de primera hora. Pero qué me dices, muchacho. ¿No es éste el orgullo de la tecnología patria? ¿No estamos ante la legendaria modernidad que se nos sobreviene por todo lo alto? Pues ponme un sol y sombra antes de que te queme el tren, atento camarero de mierda.

Sí. Viene el revisor y se monta el pollo. Y sí, viene Kepa Jaume, el gafapasta que coordina la excursión y todos me señalan a mí, como si yo… Pero pero pero… si estoy con Paroxetina, ¿cómo es posible que nadie a estas alturas piense que sigo con la manía del sol y la sombra? ¿No ven que es incompatible, que los efectos son completamente secundarios? Hombre, ya, ponerme en duda mi honesta honestidad…




No. Llegamos al destino y los autobuses que nos tenían que recoger para llevarnos al Centro Integrado de Convenciones no han llegado. Móviles, prisas. Sí, al parecer están en el aeropuerto, la coordinación parece no ser la esperada. Nos apretamos en un bareto mugriento, de los que molan, a un par de manzanas de la estación. Cuando llegan los autobuses, no estamos. Y es una pena, porque vienen unas azafatas con traje sastre y tacones y colores corporativos que tienen lo suyo, pero mucho ojo, que te la juegas amiguete.

Sí. Pasan un par de horas hasta que Kepa Jaume y las azafatas tardan en encontrarnos. La verdad es que al final como que nos hemos dejado. Al tío se le habían acabado ya las reservas de anís y veterano del de hombres. Salimos a la calle y movemos los brazos. Yo aprovecho para potar un poco. Lo otro poco me lo dejo para el autobús, que dicen que lleva cuarto de asearse uno.

No. De las charlas no me acuerdo nada. Y no. Los canapés no justifican el paseo. Pero conozco a una de la sucursal de Manresa que a veces me manda correos guarros y nos echamos unas risas. No. Ni siquiera la toco. Paroxetina es muy estricta en ese aspecto. Además, no se me levanta, a qué tentar la rueda de la fortuna.

Sí, hemos conseguido parar el AVE en mitad de un secarral. Una, tocando el freno de emergencia. Tremendo descojono. Que por qué, pregunta el revisionista. Pues, macho, ¿te parece poca cosa que nos hemos quedado sin cubatas ni cerveza ni vino de reservado? ¿te parece poca cosa pedirnos que atravesamos los Monegros, así a puto pelo?



No. La segunda vez no hemos sido nosotros. Ha sido el camarero, que se quejaba de que queríamos violarle. Y eso es mentira. Sólo era para pasar un poco el rato. Que no era con mala intención. Y además, la botella de cocacola pasaba. Joder, que pasaba bien, que se quejan de nada los camareros del AVE hoy en día. “Esto es un tren, esto es un tren”, decía llorando mientras le metían en la ambulancia. De lado, eso sí.

Sí. La tercera vez ha sido Kepa Jaume, que justo cuando entrábamos por Madrid, se ha casi tirado en marcha por la Celsa. Que decía que todavía con un poco de suerte pillaba.

Y sí. Los tíos de marketing son cada vez más flojos.

Y no. No me acuerdo a santo de qué fuimos y vinimos.


Pero a ver si repetimos pronto, que la moral ya la vamos teniendo mejor.

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