martes, 10 de marzo de 2009

Ellas llevan botas


Sí, de repente, todas llevan botas. Douglas Fairbanks se ha venido arriba en su panteón; Errol Flynn sonríe desde el infierno agitando un vaso con hielo, se le ha acabado el whisky y ésta es una buena excusa para celebrarlo.

El metro está lleno de mujeres piratas, mujeres con botas altas y expresión ceñuda, mujeres que seguramente guardan un puñal entre el corsé y los leggins; ándese usté con ojo, querido viajante.

Mujeres malas y con sueño, que te empujan al salir, y te clavan el taconcito en los metatarsianos inferiores. Mujeres por las que caminarías a oscuras durante kilómetros y a las que te entregarías entre sollozos… Si al menos les diera por ahí.

Pero no, ellas van a lo suyo. Al curro, a sacarse adelante a sí mismas y a las toneladas de hijos y novios y maridos y febriles parientes en estado hipotecario. Ellas van a aburrirse, como todos los demás. Llevan botas de caña, hasta la rodilla, la mayoría de mercadillo de finde, aprovechando que hacía bueno y estaba la parcela que no iban desde antes de navidad.


Ellas llevan botas. Las llevan por el frío y porque muchas otras ellas llevaban botas y ellas no, y había unas baratas que llegan hasta por encima de la rodilla y mola y queda bien con los vaqueros de culo en degradé.

Podría preguntarle a alguna. Por si acaso no me cuentan lo que quiero escuchar, decido dejarme llevar por la fantasía. Imaginar que estoy en Tortuga y aspirar el viento caliente y aceitoso que viene de los túneles. Como si algo fuera a ocurrirme.

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