sábado, 26 de octubre de 2013

El Mejor Tipo del Mundo


Andaba yo con la alegre muchachada (dos amigos que se me juntan de a cuando) en el bar, que es un sitio que a mí personalmente me llena, en esa hora rara que no sabes si café o caña, ginebra o anís… ya me ubican. Que si tal, que si normal, que si esto es lo que hay y así están los cuerpos, más bien con cada uno su propio miedo. Una fiesta pero al revés. Un funeral tampoco, más bien un maratón de funerales. Que si el calvo de la tercera, ya sabes, le vi hace un par de noches rebuscando en los cubos del MercaTodo Express. Bueno, les habían puesto un candado, se las habían apañado con una cizalla. Eran varios, andaban a hostias. Pero ya ves. El calvo de Atención al Cliente. No caigo. Sí, uno que lleva los pantalones con brillitos. Que tendrá sólo esos. El que se divorció y no tiene dónde ir. Que le pasa la monotención a la parienta y tiene a la madre en una residencia pirata… y entre lo que cuesta una cosa y la otra… pues duerme en el cajero del Montepío Obsceno.

¿Y qué coño le pasa al calvo? Nada, joder… Que te decía que le vi rebuscando en los cubos. Pues joder, vaya novedad. Como que mi mujer no compra en el piso del renano. Sí, el tipo que te vende los canalones del CarreTodo pero a menos precio. Que se lo roban unos suecos de Hortaleza. Malditos inmigrantes que se lo quedan todo. Bueno, pero mi mujer dice que le sale a cuenta. Ya estamos. Mirar, que yo por mi, me paso a los vermús. Que para mí es pronto. Pues vas y te jodes. Niño, ponle un batido aquí al capullo. Qué hostia, cómo te pones. Si es que sois un peñazo los dos, con tanta desgracia y tanto análisis social…

A nuestra espalda, en la barra, un señor, traje, chaleco, corbata. Todo muy gastado y sucio. Un poco de olor a mierda. Pero qué coño quieren, estamos en crisis y estas cosas son lo que hay, que lo dice Montrozo, el ministro, que tenemos que hacer economías y si no hay ni para jabón ni para papel del culo, pues hay que hacerselo austero. Cara de concentrada preocupación. Hasta que el niño la barra le pone una copa de helado. Tres bolas, y líquidos de colores y nata y yo qué sé de la de cosas. Qué hijoputa el maloliente. Qué pedazo de felicidad que le habían preparado.

Y mis alegres mierdas de compañeros venga a decir y a suponer y a quejarse y a lamentar y a esperar que todo es una mierda, que los políticos son lo peor pero vamos y les votamos y ¿has visto tú lo que ha dicho éste? Y lo que respondió aquel, y la familia del piso de arriba mío que les echan en tres semanas porque el IVIMA les dice que ahora tienen que subirles el alquiler que a ver qué se han creído que es el IVIMA, si una ONG o unas cuñaditas de los pobres.

Pero yo sólo tengo ojos para el tipo del helado. Porque se mete la cuchara y pone la cara del tipo que es feliz, del capullo que está en mitad del espacio, sólo consigo mismo y el cosmos o lo que sea que haya por allí, y flota y sonríe con esa cara de gilipollas que se te pone cuando te estás corriendo precisamente justo en ese momento. El tipo más feliz del mundo. El mejor tipo del mundo. El débil mental con el traje gastado, y que huele a mierda y que se pide un helado y todo lo demás desaparece y sólo queda su sonrisa cada vez que se le mete una cucharada en la boca del dragón.

Yo miro. Mis colegas miran. El bar entero mira. Todo es silencio de pronto. Y enganchados a la sonrisa de un pobre diablo, todos los humanos, suponiendo que habita un lugar que no sabemos pero qué coño, ahí es donde todo debe ser perfecto.

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