lunes, 18 de julio de 2011

Dubidú



Por razones de la vida que es muy dura, me encuentro viendo amanecer en una cafetería sin ruidos, que es algo que me da los de nervios. No hay vasos dándose de hostias en una pila, nada de los vapores del infierno, sólo tipos sentados a la barra bebiendo cafés en taza. Gente silenciosa y con la mirada baja. Culpa de sus móviles inteligentes. Están como dentro de sí mismos, no como Donald Draper, uno de mi barrio que trata de entrar en su vida y nunca lo consigue. Estos aún creen que pueden, los muy gilipollas modernos. Dícense que navegan por nubes y rutas. Pero teclean letras que imagino que llegarán a otras barras, a otros cafés en taza.


Tuve una pesadilla. Soñé que tomaba un avión y que iba con traje y que me pagaban por hacer todo eso. Era un tío que escribía un blog haciéndose pasar por mí, diciendo que va al Airis y lleva su Paroxetina a todas partes. Me aterra pensar que exista alguien haciéndose pasar por mí, me confunden los motivos. ¿Huir de sí mismo? ¿Y lo hace tratando de ser yo que no tengo ni la más puta idea de quién soy?


En la pesadilla el cabrón iba y venía, desenvuelto, moderno, maduro, triunfoso. Pero jodido también, con algo sucio dentro. Algo gris, algo como hiedra que crece. Como gases, pero peor. El tío está en un sitio que no es el suyo. Se le da todo bien, es un cojonudo tremendo, pero no es de este mundo, como el barbitas de la Biblia. Y el hijomierda no tiene más cosa ni mejor ocurrencia que venirse a un sueño a ser precisamente yo.


Abre un blog, se inventa sus gracias que son las mías, me toca bien de los huevos, me los unta de oprobio y encima la gente va a creerse que yo no soy nada, que sólo soy un invento. El personaje del blog me dirán los vecinos y las mujeres que ya no me conocen.


Me he despertado en una cafetería. No sé qué hago aquí, ni porqué llevo corbata, ni quién me pidió un café en una puta taza de colores. No sé qué quieren que haga. Pero no estoy seguro de estar de acuerdo. Si al menos estuviera cerca de mi barrio.


Miro por los cristales. Edificios. Ninguno es el mío. ¿Es una realidad virtuosa? ¿Es mi sueño todavía? ¿Cuántas veces tengo que despertar para regresar a mi escritorio, a la barra del asturiano de mi calle, al abdominal fofo de mi Maritornes?

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