martes, 8 de enero de 2008

Historia de lo Mío - 5



Estupendo ver la oficina tan de mañana y tan de vacío. Mucho más en días de resacas y arrepentimientos. La gente no empieza a pisar moqueta hasta mínimo las once. Las copas de empresa, muy mal sitio para intentar demostrarse nada a uno mismo. Luego, se acaba pagando y de qué manera, algunos hasta terminan casándose. Pero de eso ya hemos hablado y largo y extendido, y todo lo que se diga es poco.

Alcocer ya no está. Quiero decir en su sitio, donde me lo crucé la última vez. Estaba tan contento hace un par de días con su garganta al aire y oliendo a gato, y ahora, nada. Sólo palés y mierda. Han dejado el sitio como llegó a estar antes de todo el trasiego. Bueno, me imagino, que yo no pasaba hace años por ahí. Ni para hacerse un pajote apetece de la mugre.

Segunda que me llevo: el despacho de Alcocer. Está perfecto. Ordenado hasta decir aquí no vive nadie. Ni un papel, ni un post-it de esos que en los que ponemos “Llamar a María de la Concepción” o “Cuentas del año, echarle el muerto a alguien”. O el capullo de Alcocer había cambiado mucho antes de lo suyo o a alguien le ha dado por ordenarle el despacho como despedida. El Alcocer que yo conocía era un guarro y un desastre, todo lleno de papelitos por todas partes. La gente no cambia. Otra cosa es en la otra vida, a lo mejor ha regresado de entre los muertos para limpiarse la oficina. No es que me pegue mucho como explicación.
Por no haber no hay ni papeles en los cajones. Todo lo más, formularios en blanco. Ni un teléfono pegado a la pantalla, ni fotos de la familia. ¿Tendría Alcocer familia? ¿Y fotos? ¿Tendría fotos? Le acababan de hacer jefe hacía sólo seis meses, hay que dar buena imagen. Aunque no fuera la suya, pero no pega eso de ser jefe y no tener niños de postal. Todos los que son jefes tienen niños de esos. A veces hasta la misma foto que me recortan del Telva.

Así que voy de un misterioso a otro más misterioso. A día de hoy, mi foto de Alcocer es lo único que queda del asunto. Sin esa foto, es como si nada hubiera ocurrido.
La nueva no viene hoy. Ha dejado recado de que está enferma, en su casa y con una gripe. Un clásico para los días de regreso de las vacaciones.

- ¿Y cuándo has hablado con ella?
- Hace diez minutos –es Claver, secretario de mi jefe y vicario suyo en los mundos inferiores. Todos le llamamos Urbasón de la alergia que te da cuando estás un rato con él; te da tanta que te tienes que meter un pastillazo.

Urbasón no es calvo, le queda una pelusilla como naranja de cuando tuvo algo ahí arriba. Cuarenta y ocho años, y cinco hijos repartidos entre dos matrimonios, ambos ya más que muertos. Vive con su madre, una vieja que apesta -me ha tocado llevarle a casa este año después de la copa de Navidad- a lejía y amoníaco. A Urbasón, digo a Claver, no le queda para nada que no sea pasar las pensiones a sus exes.
Hubo una época en que manejó pasta, fue jefe y esas cosas. Pero le pillaron haciéndole no sé qué a cierto muchacho de mensajería, o eso me dijeron que yo no estaba allí para verlo. Urbasón le cae bien a mi jefe. Conviene no pasarse.

- Pues vaya una leche.
- ¿Y desde cuándo te tiene que importar a ti que Moreno esté enferma?
- A mí, lo que es a mí, me la suda, Claver. Lo único que tenía que cerrar el reporte de gastos del departamente para el último trimestre del año 2007.
- ¿Y no puedes hacerlo solito?
- Ya lo he hecho, pero la muchacha me dijo el otro día que quería meter no sé qué gastos en una de las partidas de aprovisionamiento de material. Que si no, no íbamos a podérselos arreglar a tiempo.
- ¿Podérselos arreglar? ¿A quién? –Urbasón es plano, no tiene ideas propias, bastantes ha tenido ya, y mira cómo le ha ido, nadie le tiene que explicar el resultado.
- Argoitia. Unas facturas de hotel… Ya sabes.


Argoitia es el jefe. Tiene veinticuatro años y apellido vasco, que es mucho mejor que tenerlo compuesto, dónde va a parar. Y las facturas de hotel no son facturas de hotel. El procedimiento es conocido de Urbasón -y del resto del departamento-: disfrazar gastos no muy honorables dentro de partidas anónimas, repetitivas y que por lo tanto, nadie mira. Urbasón me mira y piensa acto seguido en la cantidad de líos que tiene y en los que puede llegar a tener si Argoitia se entera de que no hemos podido arreglarle lo de los hoteles que no son hoteles.

- Te doy el teléfono. Pero no te lo he dado.

Llamo a Moreno.

- ¿Quién es? –le sale la voz de gripe de puta madre .

1 comentario:

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