martes, 20 de noviembre de 2007

Historia de lo Mío - 1

Dos días llorando. ¿Creen que es algo que se pueda aguantar? Si al menos fuera al otro lado del pasillo, en un despacho cerrado... Pero es que la tengo al lado. Llora que te llora.
Al principio, porque era una borde. Ahora porque no hace más que llorar. No hay quien aguante a la nueva. Aunque hubiera tenido un polvo hace quince años, que tampoco.
Así que ya me he hartado. Me he hartado porque todo tiene su tiempo y su límite, y dos días, que se dice pronto, dos días, de llorar, ya no es ni conveniente ni aceptable ni provisionario.
- ¿Se puede saber qué le pasa, Moreno? -ella se llama así de apellido, y aquí lo del apellido es cosa sacra.
- No, ¿y a usted?
Y encima de mala hostia. Pues que le den. Y que le guste y no le vuelvan a dar. No soporto a los nuevos que se creen con derechos adquiridos. Ni siquiera a los que creen que pueden llorar sin contarle a nadie de qué va la cuestión que les aprisiona los intestículos.
- Hombre, como está así, con esa cara, y esos ojos hinchados... Yo, más que nada por interesarme.
- Pues intérese usted en su pito. Y a mí ya me va a dejando en paz.
Y después, a correr otra vez al baño. Así va la cosa. Se sienta en el ordenador, frente a mí, toda maría magdalena después de quitarse un juanete, sin hablar, suspirando a poquitos. Le pregunto y se vuelve a levantar, dirección el baño de las tías, y vuelve al rato (largo, ¿eh?), con cara de esponja en salmuera.
A ver si es que la tía se ha encontrado con mi paquetillo de revistas guarras. Guarras, guarras, con todo el detalle de la cuestión, que yo soy así, que no me gusta la cosa del sugerir, sino la del mostrar en toda su copulación. Esta tarde, cuando se hayan marchado todos, voy y miro. Es que las tengo detrás de una de las cisternas de los retretes de mujeres o señoras que viene a ser lo mismo pero no del todo.
Pero no. No eran las revistas. En una de sus excursiones para ir a llorar, la he seguido por la oficina. Y no va al baño, la jodía. Se ha bajado las diecisiete plantas a pelo, quiero decir a pies, y luego, baja que te baja que te baja, seguido seguido, al garaje, último sótano, detrás de los palés que ya ni se acuerda nadie de ellos. Unos que se usaron hace años para algo de un traslado.
Y detrás de los palés, mira tú por dónde, un agujero en la pared. Una puertecita. Una especie de qué les diría yo con puerta. La tía entra y se queda un buen rato. Como le haya dado al jefe por buscarnos, seguro que se cree que me la estoy cruzando en algún despacho de la tercera, de esos que se han quedado vacíos por la reorganización del mes pasado. Por fin se marcha. A ver qué esconde y por qué tiene que llorar tanto. Pues sí. Menuda putada. Como para estar llorando tres días.
Alcocer, el cretino de Personal que tiene una pierna más larga que la otra, envuelto en una manta. Con un cuchillo atravesándole la garganta y cara de no haber comido en días. Con lo hijoputa que era... Así muerto, no parece serlo tanto. Aprovechando que ya no me puede hacer nada, le pego una patada en la tripa.
- Es que te la llevabas ganando desde hace un par de quinquenios mínimo, Alcocer de los huevos -le digo.
Ya sabemos todos por qué llora tanto la nueva. Será cuestión de andarse con ojo. Si anda uno listo, siempre se puede sacar algo de una cosa así... A ver cómo hago para sacarle el tema mañana.

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