miércoles, 17 de octubre de 2007

Yo no me llamo José Luis, señora

Anoche, andaba yo estirando los anises en el Club Airis, mi lugar habitual de esparcimiento tras las largas y duras jornadas de mover papeles del punto A al punto B, cuando de pronto, sucedió lo inesperado.


- Señora, se ponga usted como se ponga, yo no soy José Luis -una voz muy excitada saltaba por encima del estruendo.


Es que en el Airis se habla muy alto. Algunas de las muchachas, cosas de la edad, ya no andan muy rápidas de señal auditiva, y, claro, hay que forzar la voz. Así que se imaginan el ruidazo. Que si un par de güisquis para aquí la señora, que si a ver dónde están esos cubatas. Que si cuándo me vas a llevar a cenar por ahí como una señora, que para follar nunca hay problema, pero para llevarme como una señora, ahí te pudras. Que no es eso, Mari. Pues entonces ya me dirás tú qué es... Y luego la tele puesta a todo destibelio. Bien alta que está. Ahora que para el caso que le hacemos.


Ya saben lo que pasa cuando hay mucho ruido. Que de repente todo el mundo se calla, así a la de una dos tres, y zas, tú sigues gritando y va y se entera todo Dios es Cristo.


- ¡Te lo juro por mis hijos, Merceditas!


Miras alrededor con cara de "joder, la leche" y empiezan las conversaciones alrededor. Que si éste que va a tener hijos, que si parece mentira la Merceditas que aún siga tragándose esas bolas... En fin, que te conviertes en el tema de conservación de todo el recinto. Te acabas yendo a casa con la misma cara de gili y diciéndote que es la última vez que pisas el Airis, que está lleno de chusma. A mí una vez la cosa me duró casi una semana, no les digo nada.


Pero esta vez no era yo, sino un tipo que en la tele le decía a una señora con muy buena pinta, de esas que no van a la compra, que mandan a la esclava del señor a por las cuestiones. O sea que la señora, que tenía unos pelos estupendos todos bien rubios y moldeados, le estaba reclamando, y él que nada, que no soy José Luis, señora, que yo a usted no la conozco,... Lo de siempre, vamos.


La gente nos miramos, claro, a ver quién era el pringado esta vez. Pero, nada, que no había sido nadie, que era el de la tele. Pinta de oficinista tenía, y pinta de la buena. Ese tío era un profesional, con sus gafitas y su gesto preocupado. A mí no me digan, pero yo reconozco a un maestro en cuanto le echo el ojo encima. Así que el muy cabrón tenía un lío con la señora, que ya claro, a esas edades, y ahora se hacía el loco. Menudo ejemplo. Bueno, en fin, como todos los que vamos al Airis.


- Otro que tal -gritó la Pelos, que es la dueña y la que le echa agua al güisqui.

- ¿Cómo que otro que tal? -contesté yo muy en mi indignación- Si no la conoce, no la conoce. No hay más que mirarle a la cara para ver que no se llama José Luis.

- No, si ahora que os sacan en la tele, vamos a tener que aguantaros, chulos de puta -la Pelos es que siempre está cabreada, pero eso es por un hijo arquitecto que reniega de ella. Yo le conozco, trabaja en mi oficina y va ya por su segundo máster.


A mí, qué quieren, me molesta tanta tensión y tanta mala hostia. Porque si el hombre no se llama José Luis, pues no se llama José Luis. Y si no conoce a la señora, que tampoco nos engañemos, ya estaba para poco trotar por la cañada, pues que no la conoce y se acabó joder.


Pero es la sociedad en que vivimos, eh, que no te perdona una. Que uno es persona, coño, y si de joven te echaste unos ritmos con una de Valladolid y vas y te la encuentras en la tele, pues qué le vas a hacer. No eres José Luis y punto en la pelota.


Joder. Que es que hay que explicarlo todo.

3 comentarios:

iperico dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ATT dijo...

Efectivamente, juegan con vuestros fallos personales y si cuela, cuela.

- Que si hombre, Jose Luis, que nos liamos el día aquél, en el motel ése, que después te quedaste dormido, y por la mañana me dijiste que no habías conocido en tu vida hembra igual y que me llamarías.

Y claro, con esos datos y tanto detalle, cuela.

el hombre topo dijo...

Ahora que lo dice, mujer, recuerdo que una vez yo me lié con un putón que tenía los labios cortados del frío, y que también se llamaba José Luis. Y ahora que lo pienso tal vez me lo dijera para que no volviera a por ella.

El José Luis de la tele no era de fabadas. Más bien de ex-calibadas.