lunes, 15 de octubre de 2007

De cómo llevar los papeles de un lado a otro

Un buen oficinista no se dedica, en previsión de que pueda asignársele cualquier tarea, a parecer ocupado sin más. Eso sería estúpido e indolente y dice muy poco de la altitud de miras del oficinista. Seamos claros: la manera en que queramos parecer ocupados constituye uno de esos criterios fundamentales que dividen a la gente entre normal y mediocre. Y los verdaderos profesionales de la mediocridad somos muy mirados a la hora de que se nos metan indeseables en la categoría. No se trata entonces de parecer ocupado, sino de estarlo sin estarlo. Si me han entendido, no hace falta que continúen. Ahora, si no creen saber aún de qué les hablo, consideren seriamente seguir con la lectura que hoy les propongo.

Un buen oficinista está realmente ocupado. Pone todo su espíritu en ello. Como los maestros del zen tienen a bien afirmar: "el hombre más sabio de todos convierte las tareas importantes en nimias, mientras que transforma las intrascendentes en las verdaderamente primordiales". En este principio se encierra todo nuestro saber de oficinistas. Llevar, por ejemplo, un papel de un lugar a otro no es asunto baladí. Debemos abordar dicha tarea como si muchas y trascendentales cuestiones dependieran de ella -algo que se demostrará más adelante.
Para empezar, y por si no les pareciera poco, nuestro trabajo. No hay cosa peor en la oficina que algún imbécil de jefe de segundo nivel crea que tenemos poco que hacer, máxime cuando en nuestras manos ha recaído labor tan fundamental como la de mover un papel de un sitio a otro. Y cuando digo sitio, observe el neófito que podemos estar hablando de una enorme variedad de situaciones, a cada cual más exigente y específica: la mesa de un compañero, la bandeja del correo interno, o cualquiera de los múltiples ingenios que en forma de faxes, impresoras o fotocopiadoras, pueblan la oficina moderna. No es poca cosa, no.


Adquiera entonces el discípulo que quiera alcanzar la maestría del Oficinista un gesto agitado y nervioso, preocupado a más no poder, demudado por tan magno problema, abstraído en las verdades más absolutas del universo, apurado siempre. Camine lleno de inquietud del lugar A hacia el B, origen y destino del traslado del papel, tropiece con algún compañero, musite las palabras mágicas "Perdona, es que llevo un día...". Hágase notar, que todo el mundo alrededor le vea como un hombre verdaderamente ocupado. Nadie en su sano juicio se atreverá a distraerle, nadie le asignará tarea alguna. En todo caso, recibirá un recado de su jefe directo al pasar: "Tranquilo, ya verás como no es más que una racha..."


Su jefe, ese cretino al que usted le importa menos que la pelusilla de su propio ombligo es, ante todo, un ser muerto de miedo ante el mundo. Tocaremos algún día ese tema. Pero baste por ahora señalar que, respecto a este asunto que hoy desarrollamos, jamás ese ser sin criterio ni coraje alcanzará el valor necesario, llegado digamos el temido ERE, y cuando le pidan nombres, de sugerir el suyo de usted. ¿Por qué? ¿Hace falta explicarlo? ¿Cómo deshacerse de alguien tan ocupado, que con tanta dedicación y empatía aborda sus tareas diarias en la oficina? Si incluso, para el empeño de trasladar papeles de un lado A a otro B, parece estar poniendo su vida en juego...


¿Y cómo lograr tal estado de perfección? Acudamos de nuevo al adagio. "El verdadero maestro es aquel que pone toda su alma en desempeñar una sola tarea". Es decir, debemos ocuparnos solamente en una cosa. Una sola cosa, pero que, si la piensan, es tarea propia de titanes. Debemos ocuparnos al máximo en el noble arte de parecer ocupado. Debemos ocuparnos, insisto, como si nos fuera en ello todo nuestro buen nombre, toda nuestra fortuna. Como si todo lo que conocemos, el mundo que con tanto esfuerzo nos hemos fabricado alrededor, dependiera de que el papel -aunque esté en blanco, eso es lo de menos-, llegue de A a B en las mejores condiciones. Aunque para ello debamos emplear varios días, que éste no es asunto menor.


"El zen termina donde empieza la práctica de la Vía. Es un anillo sin principio ni fin. (Especialmente si tienes que llevar un papel de un lugar a otro)".

7 comentarios:

Quic dijo...

Justificaste. Cagón

el hombre topo dijo...

Muy honrado de verte por aquí, en este humilde intento. Y, sí, cagón. Pero, como bien decía la anónima oyente, era impropio de mi. Injustificable de todo punto.

ATT dijo...

Ains, qué orgullosa estoy de ti...

iperico dijo...

el tapiz con el que adornas este blog parece las faldas de la mesacamilla de mi abuela

el hombre topo dijo...

En realidad, son las faldas de la mesa camilla que tengo en mi box. El toque casero es fundamental. La gente suele quejarse del humazo del brasero, pero bien que se arriman en invierno. Oficinistas sin criterio, gente de paso...

iperico dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
iperico dijo...
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