miércoles, 26 de diciembre de 2012

Los Miserables.

Hoy es Nochebuena. Ése es el dato. Nos dieron media jornada en el curro. Que vas y te vuelves al poco. Alguien se trae un champán.

Un negro idiotizado salta y canta en mitad de la calle. Varias personas a su alrededor, le observan. Se ríen mucho, disfrutan.

Una mujer que salía de una tienda, parece que le había dicho, que cuando salga te voy a dar. Cinco euros. Pero sólo cinco, ¿eh? Para que no te gastes así mucho de golpe…Y el negro que está de frío hasta los cojones, dice que si le da, entonces él salta y canta. Y así quedan.



Pasaron los minutos y la mujer parece que tardaba. Y el pobre negro que había atravesado el Sahara, que había evitado la muerte, que se había subido a una patera y que por un raro milagro, llegó al otro lado, al de las señoras que se meten en las tiendas, debió ponerse hasta arriba de ansiedad. Toda la que no había sentido cuando se perdió en el desierto, cuando los gendarmes marroquíes le pusieron en la frontera –que en el Sáhara es un sitio que no existe y donde nadie va para no morir. Todo la ansiedad de cruzar una pequeña agua de mar loco y brutal, sin dirección, que te empujaba hacia cualquier lugar menos las orillas, tan cercanas, tan imposibles. Se le subieron los recuerdos de los bosques cercanos a Melilla, de los intentos de salto de la valla, de las descargas, de los golpes, de algún dedo que se perdió. Se le espesó la rabia toda, la que adquirió en el CIE, la que ha ido acumulando en su pequeño agujero en una fábrica abandonada, en un lugar de ratas y olvidados. Toda la rabia del hambre, de no saber quién es, de haber olvidado cómo hay que hacer para regresar.

Y el tipo, cuando salió la mujer, con sus bolsas llenas de artículos, se puso a saltar. Y la mujer le dijo que se esperara, coño, que primero se tenía que encender un cigarrillo, y luego, que a ver si le había quedado algo. Pues no. No me ha quedado nada. Esto, si quieres te apañas. Una monedita marrón oscuro. Pequeña. Como el pobre idiotizado que no sabe cómo se regresa a casa, que no sabe qué es casa. Pero salta y ríe. Porque ahora que puede recordar algo, se lo había prometido a la mujer de las bolsas. Y ella se descojona con estos negros, qué ridículos, cómo se ponen por cinco céntimos. Y todos los que pasamos alrededor miramos y también nos reímos. Qué cojones, que tiene gracia la cosa.

La ficción me la invento. Es floja y barata. La realidad me entra como un disparo. Me despoja de todas mis historias baratas y me cuenta lo que hay. Un negro que salta y ríe con cara de no saber ya quién es, no es ficción. No soy tan cabrón inventando. Eso del negro lo hemos hecho entre todos.

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