viernes, 11 de febrero de 2011

Maalesh


De Tahrir recuerdo:

que necesité al menos seis semanas para atreverme a cruzarla de un lado a otro,

que cuando lo hice y alcancé la otra orilla, imposible, siempre lejana, se me acercó un hombrecillo y me dijo que ya me podía considerar un cairota y que por lo tanto, se había terminado lo de ir por la vida con la cabeza agachada; los hijos de los dioses no nos inclinamos ante nada, no lo olvides, muchacho,

que los rayos del sol del atardecer corrían paralelos al suelo y una vez tuve la suerte de capturar uno y aún lo guardo en casa

que en el callejón de atrás según salías de Sharia el Bustán y girabas a la derecha, las shishas nos duraban las noches enteras y hablábamos de historias imposibles,




Hoy, y después de dos semanas, un puto topo llora de emoción y grita. Un puto topo mira la tarde y llama a su Madre.

A la Madre del Mundo, la Ciudad que Venció.

No me hago ilusiones. Vendrán más cabrones todavía. A Occidente le hacen falta los cabrones como los momento allbran a mi culo.

2 comentarios:

El Profesional dijo...

Fuimos jóvenes, hombre topo. Y no dejemos que los cabrones nos envejezcan...

Anónimo dijo...

Los cabrones no osan ni imaginar que en la obscura guarida de un hombre topo pueda guardarse un rayo de sol. Como no osaron imaginar aquella noche de Berlín... Sin ilusiones, pero esta vez, aunque sea por poco tiempo, les dieron bien.

Enhorabuena por la parte que le toca (la fibra).