martes, 1 de febrero de 2011

Better not Blue


Ya desde lejos pude distinguir su mirada melancólica, el azul eléctrico de sus ojos, un poco apagado, como esas bombillas viejas que además de iluminar poco, se consumen mucho por dentro.

La clásica mirada de alguien muy necesitado de amor y buena compañía, de la que no te hacen hablar más de lo necesario, pero que saben estar ahí al lado de uno con su cuerpo, y sin molestar, que eso mira que es difícil.

Me acerqué a ella sin dejar de mirarla. Sus ojos, la leve inclinación norte-noroeste de sus finos labios habían conseguido atraparme de un modo que, al menos en esos primeros instantes, ni siquiera sentí la necesidad de intentar vencer.

Estábamos ya entonces a escaso medio metro el uno del otro. Pese a ello, su mirada continuaba como perdida, dirigida hacia algún punto entre mi espalda y un cartel de una manifestación a favor de la familia. Me estaba enamorando de una mujer que todo lo más, me ofrecía su ausencia. Melancolía y ausencia, dos firmes columnas sobre los que construir una relación. Paroxetina no parece compartir mi opinión. Abre la boca como esas ventanas que se dejan el día entero para ventilar una casa. Sin sonido, pero sus gritos, como siempre que se pone así, inundaban mi cabeza de un modo algo incómodo e invasor. Yo estaba amando a alguien, no era el momento de atender las quejas y los celos de ninguna otra.

El kiosquero, hombre de escasa paciencia imagino, me urgió a decidirme. Bueno, ¿qué? ¿Qué de qué? ¿Se va a quedar ahí mucho rato más, se va a llevar alguna cosa, me va a seguir interrumpiendo el paso a la respetable clientela? Paroxetina, el kiosquero y la mirada perdida pero azul gastada, contra mi amor infinito.

¿Crees que podría tener sentido?, le pregunté mentalmente. No creo que de haberlo hecho de palabra hubiera recibido respuesta ninguna, así que creí mejor guardar aquella saliva para cuando realmente fuera menester usarla. Estás necesitada de amor, ¿verdad?, prosiguió mi lóbulo izquierdo -responsable en gran medida de los líos en los que suelo meterme.

De pronto, tuve la sensación de que la nuestra no sería una relación feliz. Si en algún momento conseguía sacarla del coma en el que parecía hallarse, el gesto sonriente pero desplazado de su padre, la mano de su novio que se aferraba a su hombro derecho cortándole toda libertad de movimiento, no me ayudaban a concebir esperanzas. ¿Podría confiar al menos en su madre? No, no era el caso. La mujer acababa de fallecer y las fotos de la portada de la revista en la que salía una hermosa joven que inundaba el mundo de un sucio y melancólico azul chapa, acompañada por un padre semi inconsciente y un novio dedicado, posesivo y desde luego mucho menos famoso que ella, nos mostraban al grupo en el cementerio.

Paroxetina gritaba y gritaba, lo que era a mí, ya podía seguir toda la tarde que no iba a hacerle el menor caso. Y si persistía, ya vería ella lo que iba a hacer yo con la media pastilla de la hora de la merienda. El kiosquero , viendo que por otro lado, no había en ese momento ninguna respetable clientela con la que justificar su cabreo conmigo, y, sobre todo, sospechando encontrarse en presencia de alguien cercano a la joven de la portada, decidió volverse humano.

- ¿Qué? ¿Les conocía usted?

- A punto estuve una vez, ¿sabe? Casi nos hicimos novios. Pero al final, no sé, como que me eché atrás. Esas cosas nunca funcionan.

- Ya ve. Así es la vida.

Sé que el cabrón va comentando por ahí que si soy un tal y soy un cual. Que me gusta presumir de imposibles. ¿Pero cómo va ese tío mierda a haber sido casi novio de la chica ésta, con lo guapa y lo joven y lo famosa que es?

Yo podría contestarle, ponerle las cosas bien claras. Pero me da que sería como dar margaritas a los cerdos. O cerdos a las margaritas, que para el caso que nos ocupa, todo me resulta como muy conmutativo.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Tenía los ojos azules y verdes y grises, según el color del cielo y del mar. La paz de los días soleados se tornaba galerna en la tormenta. Aquel gris era la semipenumbra perfecta y el verde de las algas surgía en otras tardes de abrazos de sirena. Decidí sumergirme en aquel mar y me clavó todas las anclas de los barcos sumergidos. Dos años tardé en reencarnarme, o puede que siga en las tinieblas abisales.

el hombre topo dijo...

Tobías, a usted lo que le ocurre es que le confunden los colores.

Unknown dijo...

Cruel respuesta para un corazón transverberado.