lunes, 27 de diciembre de 2010

Cena de Nochebuena

Todos tenemos una cena de Nochebuena en la cabeza. La mía comenzó temprano. Me puse el pijama a eso de las ocho. A y media ya había revisado el gas y las cerraduras. Ya saben que no tengo hora de apagar la luz. Soy un topo y tengo mejor calidad de vida si evito la luz.


Los invitados no fueron especialmente tardones. Supongo yo que en mi tercer REM o asina, fue cuando oí que llamaban –muy correcta y quedamente- por mi lóbulo occipital. Era bastante gente, la verdad. Les hice pasar a mi tálamo posterolateral derecho, que ahí íbamos a estar más anchos.


El caso es que la pasé bien. Vinieron personas que no conocía, tuve que sacar sillas de más; pese a lo que tanto se teme de esta clase de ocasiones, el ambiente resultó fácil y fluido, nadie se pasó, nadie se quedó corto de aquello que quisiera quedarse. Hubo niños, pero ninguno se atrevió a ir más allá de la región anterior del hipotálamo, ni siquiera pisaron el área del prosencéfalo basal; lo que es siempre de agradecer. No soporto esos niños maleducados cuyos padres además les permiten revolverlo todo.


A una hora prudencial, todos se marcharon ordenadamente. Apenas me quedó mucho que recoger.


Me tiré un pedo. Me di otra vuelta en la cama.


Y continué con el sueño siguiente. Iba de mujeres que parían con dolor.

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