miércoles, 15 de diciembre de 2010

Adonde se marcha el dolor.

El caso es que llegó el día en que se murió Morente. Tuvo mala suerte. Le dio por coincidir en idéntico punto del espacio-tiempo con una serie de gente de estudios (médicos y especialistas de las cosas suyas), y se ve que el maestro no aguantó el encuentro, que tuvo más de acometida. Le metieron en una coma y después, se le acabó la vida completamente.


Pienso qué quiere decir que se haya muerto un tipo como Morente. Tengo un post a medio terminar, la mar de gracioso, sobre oficinas y hefes, pero estoy en una sala de aeropuerto con mi tercer copón, esperando a un avión que nunca llega, para irme a un sitio que hace tiempo que ya no existe, y entonces he pensado en que se ha muerto Morente y que a lo mejor Morente es ese avión que nunca va a llegar y que por lo tanto no me queda más remedio que quedarme aquí tirado por siempre de los siempres, yo. Y no crean, me parece correcto que sea así. Es lo que me merezco. Me parece lo mínimo que le debo al maestro; porque yo, a Morente, le debo el quejío. Se lo debí mucho al de la Isla, se lo debo a don José –Menese-, y espero seguir en deuda muchos años con don Miguel –Poveda- que para mí tiene mucho de Dios en su trono pero un poco menos aunque no tanto menos.


Tendría que estar terminando el post gracioso del cómo y por qué de las oficinas, pero ahora estoy un poco confuso de la ginebra que se confunde con la luz semidirecta de los focos multimodernos. Y viene a ser un todo lo mismo. Razones por las que he tomado la determinación de pensar en cómo sería cuándo Morente murió.


Murió el maestro y se llamaba Charlie Patton. Murió Patton y el delta se quedó detenido por lo que es siempre de siempre. Qiuedaron detenidos los cipreses, los hierbajos, el algodón oscilante, las mujeres que paren con dolor. El maestro era bajito, era un hijo de otro, una cicatriz le cruzaba el cuello y su voz era la pura misma de los tornados, la cual de las almas que nos retorcemos cuando la oscuridad invade el miedo invade también. ¿Recuerdas? Arena en los pulmones, dijiste al abandonarme una vez más en esta sala de aeropuerto. La voz de don Enrique cuando se deja de hostias y se mete entero en la bulería. Y, ojo, que se mete entero y a ti con él y hace dibujos con las sombras de los demonios y las mentiras que te haces a ti mismo y que nunca sirven para engañarte.


Estoy en un aeropuerto de arquitecto de referencia y premios diversos. De una estructura que indica e insinúa, que señala pero no dice. Estoy en un aeropuerto de borrachos tan gilipollas que podrían llegar a competir incluso conmigo. Y ninguno echa de menos a Charlie Patton. Arena en los pulmones.


Y el quejío de Morente, que se murió de un mal encuentro con unos pocos de titulados.


De mierda.

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