martes, 4 de mayo de 2010

oficina nueva

Me han destinado a la nueva oficina. Es poca cosa, un par de decenas de pisos sobre la Castellana, a varios miles de metros por encima de mis semejantes. No, las ventanas no pueden abrirse, y sí, ya he pensado varias veces en tirarme.


Mis compañeros nuevos, los del departamento de localización de sí mismos, creo que nos llamamos, no podrían ser mis hijos. En realidad podrían ser mis bisnietos. Son todos gafapastas, llevan todos cables en las orejas, compran ensaladas de rúcula y sarmiento y se las suben a la mesa de trabajo. Luego, otros días, aprovechan el rato de comida para ir al gimnasio.


Se dicen palabras sueltas, se hacen gestos de bien, vamos, no te sigo, te veo luego… Quedan para después del trabajo, en bares con nombres de fenómenos atmosféricos, y creo que se piden ginebras francesas con agua tónica y pétalos, o asina. Son todo lo que a mí me hubieran hecho ser de haber salido el último en un concurso de qué querría usted ser algún día de todos estos que le van quedando.


Ah, y me miran como si alguien se hubiera olvidado una bolsa de basura. Y qué quieren que les diga, que si no me he tirado todavía, y no me he puesto a buscar el mecanismo de apertura de estas ventanas, es porque ya tengo un motivo para vivir: ser la bolsa de basura de un montón de gilipollas que aún no saben que les ha caído el premio gordo. Y que soy el hombre topo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Le veo el colmillo retorciéndosele de placer cual leona ante una manada de antílopes cojos... y yo salibando estoy, óigame, desde la pantalla del documental.