miércoles, 26 de mayo de 2010

Jardín de Reyes

Ayer, uno de la oficina nos contó la siguiente historia. Al parecer, muchos años atrás, allá en su pueblo, su abuelo tenía un reloj de oro que había heredado de su padre, y así desde que se inventaron los relojes de oro. El caso es que el reloj debía pasar de padres a hijos, pero siempre por el hijo mayor. Los demás, no servían. Hasta que le tocó a él. Problema: tiene un gemelo. Y ya saben cómo va eso de los gemelos: el que nace primero es el más pequeño, porque el que está más dentro es el que se formó antes. O al revés, que yo ni puta idea. Yo tuve un amago de gemelo, pero luego resultó que eran gases de mi madre, que sufría mucho de presiones internas durante los preñes.


¿Quién tiene derecho al reloj? ¿El que nació antes? ¿El que se convirtió en célula multilabiada antes? ¿A partir de qué momento, a contar desde la concepción, se considera que un puñado apretado de células no sólo es un tipo de los que se dicen humanos, sino que además se ha ganado el derecho a portar reloj con cadena?



Teorías a cientos, opiniones las que queráis, pero mi hermano quería mi reloj y yo no se lo iba a dar. Y no me acuerdo quién nació antes. Y si me acuerdo, no quiero saberlo, porque en cualquier caso, siempre hay una manera de ver la cosa en la que salgo perdiendo. Mi hermano me agarró del cuello y me dijo: quiero el reloj de oro del abuelo y si tengo que aplastarte la cabeza con una piedra, no tendré problema en hacerlo. Vale, le dije yo, hagamos un cambio. Algo justo. Quédate con el reloj. No me importa. Pero tú tampoco tienes todo el derecho del mundo a quedártelo. Y yo también podría aplastarte la cabeza, somos de la misma estatura, tenemos la misma fuerza. Ninguno sería capaz de ganarle al otro.

¿Qué quieres? El Jardín de los Reyes. Mi hermano se rió. Pensaba que yo estaba de coña. ¿El Jardín de los Reyes? ¿Qué coño es eso? Una cosa muy sencilla: quiero a tu esposa. Por una noche. Quiero que sea mía. No puedes. Sí puedo. Es una inmoralidad. ¿Quieres el puto reloj o no? Ella no se va a prestar a ese juego. Se va a negar en redondo, tú no estás en tus cabales ¿Quién te ha dicho que se lo tengamos que preguntar? Somos gemelos. ¿Quieres el puto reloj? Es una noche. Sólo una noche.


El Jardín de los Reyes. No tienes otra, hermano. El reloj de oro del abuelo a cambio del Jardín de los Reyes.



Al final, cedió la codicia de los dos. Una noche, nos cambiamos de casa sin que mi cuñada notara nada. Nada más entrar, tomé su mano y la subí hasta la habitación principal. Sobre la cabecera de la cama, una ventana abierta dejaba pasar la fragancia del final de un tranquilo día de verano. La hierba, recién empapada por los aspersores nos enviaba recuerdos de otro tiempo, de unos años antiguos que ya no recordábamos. Aún de pie, la hice girarse contra la pared, y suave y dulcemente, fui quitándole la ropa. Yo ya lo sabía, así es como la había imaginado cientos de veces, pero aún así, su espalda firme e infinita, disparó mi pasión y tal vez hablé más de la cuenta: “Yo reclamo este territorio. A partir de ahora, ésta será mi espalda y de nadie más. Nadie que no sea yo podrá establecerse en ella. Este lugar será para mí el más sagrado, el más secreto. Mi jardín. El lugar en que me retiraré cuando quiera sólo ser tú, el lugar al que nadie más accede. El Jardín de los Reyes”, dije, muy despacio, mientras bajaba mi mano por entre sus piernas.

Un tío de mi oficina se quedó sin un reloj de oro. A cambio, pasó una noche con la mujer de su hermano. Los que le conocen de hace tiempo dicen que no fue sólo una noche. Dicen que la mujer, después de aquella, conoce bien el camino hasta el dormitorio de su cuñado. Y dicen que de vez en cuando, él reclama su propiedad.

Ella conoce el camino al Jardín de Reyes.

Dicen tantas cosas. Como si fueran verdad.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me recuerda a un cuento de Raold Dahl. Uno que no es para niños. Pero ya sabes cómo es mi memoria. Fragile ponía la caja en la que me la entregaron. Toda llena de bolitas de esas blancas. Y aún sigue allí. En una caja que no sé dónde quedó.
El Profesional

el hombre topo dijo...

Qué cabrón. Cómo me gustas.

El Hombre.

Topo.