viernes, 26 de febrero de 2010

Sweet Desire and Soft Thoughts, Return To Me



Anoche, según salíamos del Airis, el último puticlú de mi barrio, y yendo un poco del extravío a ninguna parte, nos dimos cuenta de pronto que estábamos frente a nuestro antiguo edificio de oficinas, el de Príncipe de Abascal esquina a Ortega y Molina, donde el Angelito y yo estuvimos quince años prestando nuestros leales servicios a la noble causa de nuestro envejecimiento y mala salud.

A Angelito lo han prejubilado esta semana con 52; aunque en realidad no le tocaba, porque sólo se lo ofrecían a los mayores de 55, lo que pasa es que hay mucho becario en el Departamento de Presión a las Personas, y a alguno claramente se le ha escapado. Angelito es un tío tranquilo, hay que insistir mucho para cabrearle, y bueno, para sacarle alguna emoción. El no es de lo que toman la iniciativa, así que esperó a que alguien le llamara para advertirles del error, que no, que tú no entras, que nos hemos equivocado, y todas esas cosas. Pero al final, unos por otros, y lo clásico, que nadie quiere reconocer que el que ha metido la patata ha sido él, pues de puta madre con el Angelito.

Y como es vecino y nos soportamos más o menos bien, pues me invitó a putas al Airis, lo que tampoco es que fuera una novedad, porque más o menos vamos todas las noches entre semana. Es un poco como cenar en casa. A ver sino… con la Maritornes y la Encarni, que son más viejas que nosotros y nos llevan a casa cuando estamos muy borrachos, pues ya sabe, que hay confianza y a veces también un poquito de asco. Todo como debe ser.

Están tirando el edificio, dijo Angelito. Y es verdad que lo estaban tirando. De arriba abajo, así como con cuidado de no molestar. Pero, vamos que aquello se había terminado. Decidimos echar un meo de despedida, pero tuvimos que hacerlo en la valla que rodeaba la obra, que ya más no dejaban acercarse.

La de cosas que nos habrán pasado allí dentro, dijo Angelito. Yo una vez eché un polvo… Anda, vete por ahí con la historia del polvo, que llevas años contándola. Y además no era aquí donde decías que lo habías echado, sino en la sede anterior, la de Generalísimo Azaña… Me vas a decir tú ahora dónde he echado los polvos… Fue con esa que tenía un nombre extranjero… una flaca y borde… Aránzazu, era. Una que no tenía casi tetas y que estaba de viuda de un taxista, ¿no te acuerdas? De Facturación era la tía. No sé cómo fue, una noche… en fin… que ya no me acuerdo.

Mira tú por dónde que resulta que tienen un perro en la obra. Una mala bestia, se ha puesto a ladrarnos desde el otro lado de la valla como si le hubieran aplastado los huevos con una cizalla. ¿Quién coño anda por ahí? Hijos de puta, ahí meando como perros… Fuera de aquí o llamo a la policía.

Es una voz de tía. Leches, si es la Aránzazu, dice el Angelito… El sector de la vigilancia nocturna, que debe andar muy mal, que ahora cogen a señoras mayores y sin tetas, dice el Angelito. Se acerca a la vigilante que nos apunta con la linterna. Se acerca con la polla fuera, Aránzazu, ¿no te acuerdas? Ahí arriba, en la tercera, ¿ves? En la esquina donde la hormigonera… Qué felices fuimos, qué intensidad.

Angelito sangra bastante poco. Es algo congénito, dice, pero no se le entiende mucho porque le patina la gé, le suena un poco como a ché. Resultó que Aránzazu era un tío, aunque también tenía nombre extranjero, algo como Chugaschivili, porque era de la República Kazajasiática. No recuerdo si me pareció flaco, pero sí que soltaba hostias como panes, linterna incluida. Angelito cierra los ojos en la camilla en el que le han aparcado en el pasillo de Urgencias de la Princesa. Pregunta por Aránzazu. La echo de menos, dice. Si sólo fue un polvo, Ángel. Y de eso harán yo qué sé los años. Sí, pero se me quedó muy adentro. No tiene porqué ni tiene caso, pero la llevo tan adentro…

Luego se queda dormido una hora o más. Tal vez debería irme a casa, pero me da pereza el paseo y en el fondo el tipo me había invitado a su fiesta, no iba ahora yo a ponerme con mis egoísmos.

Nos han dejado toda la noche esperando en ese pasillo lleno de corrientes. A eso de las cinco o cinco y media, yo qué sé, Angelito abre un momento los ojos. ¿Sabes cuánto se tarda en olvidar a un amigo? A uno de verdad, no a un conocido así sin más, ni a uno que tampoco es que te caiga así como mucho… Un amigo de los que se incrustan ahí en la puta tripa. ¿Sabes cuánto se tarda en olvidar la traición de un amigo así? No tengo ni puta idea, Angelito.

Pues más o menos cinco días. Los cuatro primeros lo pasas mal, te emborrachas, te das de cabezazos contra las paredes, lloras a gritos… Pero al quinto día, de repente alguien apaga una radio en el piso de al lado y es como si…

No sé cómo es como si… Me he levantado y salgo a la calle, me enciendo un pitillo, y camino hasta la boca de metro de Diego de León, que acaban de abrir. A veces, cuando estoy hablando con alguien, me da como que si le estuvieran proyectando en una película del antiguo cine de mi barrio y yo no fuera más que un espectador que come pipas.

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