miércoles, 23 de abril de 2008

Historia de lo Mío - 10



Mariví es un encanto. Grita y tira botellas al suelo y se pone a dar patadas a todo lo que se mueve, normalmente trata de atinar con mis bolitas de navidad, se pasa bien con ella. Te pide amor eterno a la que te descuidas. Que te da cama por una noche y de paso os echáis unas partidas en plan amistoso, y ya te está pidiendo un poco de seriedad y pagarle todo lo que le debes y que la hagas una mujer honrada…

- Joder, Mariví, si con lo que ganas con este antro, tenemos los dos para vivir, ¿a qué esas ideas de que te retire? Si estás muy bien como estás.
- ¿Y que me lo haga con otros tíos? ¿Eso no te jode?
- Hombre,… teniendo algunas facilidades de crédito, no veo yo el problema.

Esas son las frases que a mi Mariví menos le molan. Se pone como a ciento ochenta de mala hostia y de puñetazos y todo eso que he dicho antes. Como si fuéramos algo, la verdad que no me parece bien.

Pero era o ella o que el amigo de Moreno la nueva me sobara un poco los hígados. Y no están mis hígados para esa clase de diversidades. Que soy yo hombre de tripas delicadas y el mucho beber no se crean pero desgasta lo suyo también.

Tras salir como puedo del camastro de mi Mariví, decido que lo mejor es darme una vuelta por lo del Moreno el paralítico. Necesito una ducha. Supongo que no me dirán nada. La anciana tía bien que agradece las visitas. Claro que hasta donde yo sé, no suelen ir a ducharse. Mejor no quedarse con la duda. Probaremos.

- Está acostado todavía –dice la tía sin darse cuenta de la tontería.
- Hombre, ya me imagino –contesto yo sin ganas de sacarle del absurdo.
- Pues va a tener que venir otro rato. Ya le diré que estuvo usted a preguntar.
- Mire… Yo, en realidad, venía a ver si no le molestaba que me diera una ducha… Es que nos han cortado las cañerías y como la confianza que tengo con usted no la tengo con nadie… -miento bastante bien para la hora que es y el poco anís que llevo en el cuerpo.
- Ya –la vieja se saca una cajetilla de cigarros del bosillo de la bata con la que me ha recibido; se lo enciende y me mira de arriba a abajo.

Ya no me parece la encantadora y gilipolla tía anciana de Moreno el paralítico marica. Me parece una vieja con mucho peligro.

- Con una condición, majo.
- ¿Con una condición? –repito como los niños tontos
- Quiero verte en bolas.
- Pero, señora…
- O eso, o los baños municipales. Y te incluyo un buen desayuno.

Yo, verán cómo se lo diría, soy completamente aséptico y ambivalente: que cada uno tiene derecho a sus creencias y sus gustos, y esas cosas. Si a la vieja le hace ilusión verme en mi esplendor, pues ¿qué le vamos a hacer?

El agua caliente me devuelve a la realidad. Pocas cosas en esta vida como un chorro bien fuerte de agua hirviendo en la nuca. Es como si me volvieran a atornillar la cabeza. Pocas cosas mejores, desde luego que sí. Y desde luego, nunca las miradas de una vieja abierta de piernas sobre una banqueta y con una fusta entre las manos.

- ¿Y eso? –le señalo con la mirada.
- Es por si te portas mal –me contesta con una sonrisa de hija de puta.

No soy yo mucho de juzgar a la gente. Si a la señora le entretiene hacerse la original, allá ella. Eso sí, que se guarde de tocarme un pelo, no sea que aumente el número de paralíticos por la zona. Desayuno incluido después, ya sólo me queda pasarme por la oficina. A ver a quién me encuentro.

Nadie en mi planta. Se me ha hecho un poco tarde. Deben estar en el bocadillo. Ya bajaré después, que tengo un hambre de lobo.

Me acerco por lo de Alcocer. Marinieves me salta en el mismo descansillo. Debía venir del baño, pero cualquiera hubiera pensado que llevaba escondida en un rincón esperándome, desde hace varios días.

- Marinieves, ¿qué te cuentas? -le digo mientras paso accidentalmente mi mano por su espalda.
- ¡Qué asco! ¡No me toques! ¿Quién te has creído que eres?
- Un compañero que te quiere y que te admira.
- No creas que no me acuerdo de lo que me soltaste el otro día.
- No creas que yo me olvido. Sigo imaginándote desnuda…
- ¡Eres un cerdo!
- Seguro que sí.

Qué cosas tiene Marinieves, como si me importara mucho saber a qué clase de animal me acerco más.

- ¿Qué? ¿Alguna novedad?
- ¿Qué clase de novedad?
- ¿Volvió ya Alcocer? Recordarás que tenía unos asuntos pendientes con él.
- ¡Ah, sí! Súper importantes asuntos… -el tono de Marinieves es como para darle una leche en los morros, pero yo soy un caballero y hay mucha gente entrando y saliendo de los ascensores…
- Bueno, ¿qué? ¿está o no está?
- Pues ahora mismo, no.
- ¿Sigue enfermo en su casa?

Estoy preparado para casi cualquier respuesta. Menos para la que me dieron.

- No. Estuvo un rato esta mañana. Muy temprano.
- ¿Y se ha vuelto a ir?
- Sólo coger unos papeles y marcharse…
- ¿Tú le has visto?

Marinieves se aparta un par de pasos. Me mira con su cara de asco habitual, de arriba a abajo, como si tratara de encontrarme algo, una mancha, la bragueta abierta, no sé, algo que explicara tanto interés por Alcocer.

En ese momento, le suena el móvil, lo coge y se marcha, dejándome con cara, efectivamente, de tener la bragueta abierta.


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