miércoles, 13 de febrero de 2008

El regreso.


La he visto de cerca. Sí, a ésa misma. A la jodida lucecita. Ya saben, la del otro lado del túnel. Eso de cuando oyes una voz tipo Constantino Romero que dice:

- ¡Hombre Topo, ven!

que con el eco que hace ahí dentro, acojona.

Tú notas que te están llamando, pero, claro, como ya te olisqueas para qué es la cuestión, pues que llamen todo lo que quieran, que no vas a ser tú el más gilipollas del pueblo, sí, ése que le dio por asomarse al barranco.

Pero vamos, que la experiencia ya en sí, en fin, como que no eres el mismo cuando vuelves. No sé si lo pillan. Que te cambian todos los planteamientos, y ya no piensas igual, joder. ¿Cómo vas a ser el mismo capullo después del túnel y la luz y el Constantino? Si es que te cambia todo el puto esquema, todito, todo.

Ves las cosas de otro modo, con más… ¿cómo les diría?... distancia; sí, eso, con más distancia. Todo el día corriendo para acabar ahí, en el hoyo. A mí ya no me pillan, que he vuelto a nacer, y ya sé dónde están las prioridades de las personas, que estamos hechos del mismo polvo, y eso es lo que hay.

Eso sí, qué peazo gripe cojonuda. Años hacía que no pillaba las tembladeras y convulsiones que me han dado con ésta. Y una semana sin ir a currar. Que no ha habido ni que forzar, hermano.

La jartá de reír que me he echado con la nueva. Teníamos que hacer un no sé qué de mierda de revisión de los contratos caducados –mínimo día y medio puntea que te puntea.

Y se lo habrá tenido que comer todo ella. Claro, como no tiene ni puta idea de poner las prioridades ni le ha dicho nadie de que está hecha del polvo.

Pena de que se me estén acabando los viruses. Aunque no creo yo que sea bueno forzar mucho el regreso.

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