miércoles, 4 de febrero de 2009

El viernes, qué casual


Traje y corbata de toda la vida. Y además, era un triunfo. Un paso adelante. Dejabas el uniforme, ya no tenías que llevarle cafés a nadie. Habías entrado en la élite de la empresa. Podías mirarle a los ojos al viejo y decirle: “he llegado, papa”.

Te pagaban un plus por vestuario, no era mucho pero daba para ir al Sepu y si no te rozabas mucho el culo en el metro, el traje te duraba mínimo dos años. La corbata, negra y estrecha. Yo se las solía pedir a los que se iban jubilando. Con algo de suerte, a lo mejor se la habían comprado hacía poco, así que no se le notaban aún los brillos.

El traje de los domingos, el de ir a meterle mano a las amigas en el Salón Imperium, ése ya te lo comprabas un poco mejor y te duraba mínimo para otros tres o cuatro años más que los del andamio. Siempre y cuando lo del culo y el metro…, ya saben.

Pero, a lo que estamos, traje y corbata, de toda la vida de los santos mártires de Manresa. O dicho como yo lo veo, que eso de los viernes de la casualidad que le llaman los gafapastas, es motivo suficiente para pillar a uno de estos tíos listos y darle hasta que te sangren los nudillos –eso es porque tengo alterado el comportamiento y no soy capaz de expresar mi frustración si no es de manera violenta, según me dice Paroxetina, que últimamente está como muy de señalarme con el dedo.

Cuando a mí me pasaron a traje y corbata, para empezar de todo, se trabajaban los sábados por la mañana, mínimo hasta las tres, que llegabas a casa con las alubias pegadas. Lo del fin de semana era un concepto más bien de la planta séptima para arriba, que tenían chalet y comían barbacoas y eso. Una vez me invitaron a una, Flores, uno que se jubiló pero no me quiso dar su corbata. Bueno, a lo mejor fue porque le tiré la parrilla portátil ésa tan chula que se había comprado en Ménendez e Hijos, Campo y Playa, y se le incendió el jardín entero. Suerte que los bomberos pudieron pararlo antes de que llegara a la casa. Bueno, la fachada se le quedó negra, pero eso, picándolo todo, que yo me ofrecí a decírselo a mi cuñado, la cosa se podía medio arreglar.

Un día, nos dieron los sábados enteros y entonces fue un lío porque mi madre no me quería en casa tirado todo el día, así que me echaron de casa y todos tan contentos y yo me tuve que buscar una pensión por la mierda del fin de semana y el acceso de la clase media a la sociedad del ocio que te cagas. Con el sábado entero, la gente empezó a rajarse los viernes, y en vez de a las once de la noche, como había sido desde nuestros mayores, empezó a haberlos de esos que a las cinco de la tarde “tenían que ir a por los niños al cole, que los viernes libra la institutriz”, o los que tenían un funeral o que les habían dado hora en el ortodoncista para los colmillos de la niña mediana.

Los empezó a haber más audaces cada vez. Y que decían “me marcho ahora, que luego se pone fatal la carretera de Extremadura”. Que a lo mejor sólo iban a la urbanización del Parque Coimbra, ahí pasado Móstoles. Así que ya ven, a la una y media del viernes, póngase a buscar a Rita, que ya me dirán dónde está.

Termino. El viernes, día casual. Casual de que puedes ir en pantalón corto y con la chaqueta vieja, la que te pones para ayudar a los colegas cuando tienen mudanza. O los azules de Vergara de cuando vas a la aceituna con el cuñado. Todo vale. Hay que ser tú mismo. No tú el que estás leyendo, cada uno su propio tú mismo, ¿me lo pillan?

Porque, claro, con el ERE y eso de que han estado tirando gente a la calle y esas cosas, pues como que el ambiente está del orden pesado. Yo, que nunca he sido avanzado ni moderno ni gafapasta, y quiera el cielo con todas sus nubes que no lo sea jamases, sigo con mi traje. Algo rozado ya, un poco trasparentoso, pero mucho mejor que esos niños de la vida que van con pantalones de chinos llenos de bolsillos y con americana cruzada botón dorado botón de ancla, y náuticos y gafas de colores marca falsas. Yo voy con mi traje de negro, bien al luto, que para eso voy a cumplir con mis obligaciones y soy persona de no andarse haciendo el cuchipanda por la oficina. Y si lo hago es a mi estilo, no me vengan ahora con remembranzas.

¿Pero no llega el gilipolla de turno, que ahora se llama Nomeacuerdo de lo Suyo y no para de hablar a gritos por mitad de la planta con un cable que le sale de la oreja, y me dice que así no, que tal y que cual, que los viernes son sagrados y que ya está bien, pero muy en serio, hostias, que hay que ayudar a construir un entorno más humano en esta oficina, y tienes que ser tú mismo, ayudar un poquito o tú verás, que lo mismo que hemos cerrado el ERE, te lo vuelvo a abrir para ti.

Ser yo mismo, ser yo mismo… Que tengo que ir vestido como yo mismo, en plan de humanizar el entorno que me circuncida…

Le pregunto a Paroxetina. Se queda pensando y pensando. Horas en el ventanal viendo cómo pasan los niños y los viejos y las furgonetas de reparto…. Hasta que llega a la conclusión, y me la dice y me mola y la pongo en práctica.




Este mismo viernes. Siendo yo mismo, señores. Se va a cagar el gafapasta. Lo primero que voy a hacer es ir a recibirle al garage, según llega de la calle. Humano, lo que se dice humano, humano…

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Y los villancicos? ¿se cantan de casual o con corbata? ¡Gran invento lo de feisbuc!