jueves, 2 de octubre de 2008

Historia de lo Mío - 13



No sé cómo soy tan capullo que siempre me la acaban haciendo.



El coche se mete en el parking de nuestras oficinas. Joder, ni se molestan en vendarme los ojos. ¡Qué decepción! Para una cosa que me hace algo de ilusión. Porque es lo que digo, si vas en plan clásico, con dos grandotes repartiendo hostias a tutifruti, pues de puta madre, pero móntatelo con un poquito de corrección semántica. Que en las novelas te vendan los ojos y te atan las manos y te meten en un cuartucho con que huele a pises. Pues nada, para lo de las hostias bien que acudimos a la bibliografía. Pero para lo demás, qué poca profesionalidad de vida, ¿no les parece?.

Trato de quejarme. Pero ni pum. Me tiran sobre el suelo. Adivinen. Sí, en la esquina de la menos tres, donde los palés. Sí, hombre..., donde ponemos los muertos en mi empresa.

Donde Alcocer.
Exacto.

Y la estampa viene a ser casi la misma. Un cuerpo echado sobre el suelo, medio retorcido y oliendo mal, una mujer venga que te venga de llantinas y un tío con mal vinagre mirándolo todo, de pie, fumando un tabaco que huele a fregados. Algún cambio hay, no se vayan a creer. para empezar, Alcocer no es ya el muerto. Ese papel creo que han decidido dejármelo a mi.
Moreno la nueva, sigue a lo suyo, que es ser una tía rara. Ha dejado de llorar –una semana seguida parece mucho para un ser humano-, pero tanta aflicción le ha dejado una piel amarillenta y crujiente, como papel barato del culo. En cuanto a mí, pues eso, que estoy hecho un concurso de mierdas, aplastado contra el suelo, justo detrás de los palés.
Del que no parece haber rastro es de Fernández-Agrio.

- ¿Dónde te has dejado al novio? –balbuceo desde el suelo en dirección a Moreno la nueva de los cojones.

Alguien, no sabría decir quién, me mete la primera puntera entre el hígado y la parte de arriba, supongo que las costillas o lo que tengamos las personas por allí. Y bueno, no es que la meta delicadamente, en plan niñas acercaros al altar. Termino de aclarar: el tío, quien sea, me ha reventado.

- Aquí no se habla hasta que lo diga el señor Alcocer –dice el del punterazo; o quizás sea el otro, no siento yo mucho interés por aclarar cómo se reparten el curro estos dos.

Alcocer se inclina hacia mí. Apesta a fregados, ya les comenté, ¿verdad?. Debe parecerle poco porque se enciende uno a dos palmos de mi nuca. Imposible verle la jeta, estoy tirado boca abajo en el suelo y no me queda aire para tratar de moverme. Ya lo harán estos cabrones por mí.

- ¿Te gusta ir repartiendo fotos? –Alcocer tiene las tripas rancias, eso parece evidente.

¿A qué contestar? Diga lo que diga, me van a meter otro poquito...

- ¿De dónde la sacaste? –Alcocer tiene prisa o no le gusta el sitio o quiere terminar rapidito; normal, tampoco soy yo mucho de quedarme donde he estado antes con un puñal en el cuello.
- Ni idea.

Patadas. Y una hostia en plenos morros. Noto líquido caliente en la cara y bajándome por el pantalón.

- Que quién te la dio, Hombre Topo. No me jodas.
- No lo sé. Te lo acabo de decir. Alguien lo dejó encima de mi mesa.

Singing in the rain of la de hostias que son capaces dos muchachotes en menos de diez segundos.
Voy a tener que cambiar el tercio lo que se dice ya. Porque creo que no tengo el hígado para más patadas.

- Fernández-Agrio –más que nada por si cuela….

Y cuela, vaya que si cuela.

- ¿Fernández-Agrio? –el aliento de Alcocer ya no me da en la nuca, ni en la oreja, ni siquiera me alcanza en parte alguna. Eso es que se ha levantado y está mirando a otro lado. ¿Y a quién sino a mi amiga la puta llorona? Me parece que he dado en el blanco.
- ¡Mentira, está mintiendo el muy cabrón! –noto unas pataditas, poca cosa. Es Moreno, un 36 en puntita. La he debido dejar literalmente en bolas.
- ¿Fernández-Agrio no es amiguete tuyo? ¿No era ése con el que decían que te habías pegado el restregón en la copa de Navidad? -Alcocer también está al cabo de la calle de los comentarios.
- Te digo que es un hijo de puta mentiroso… No le hagas caso. Fernández-Agrio no tiene nada que ver con esto. No fue más que un rollo que me eché. No he hablado en mi vida de esto con nadie,… mucho menos con ese pintamonas…

Lo está jodiendo aún más. Estoy por llenarla de besos, los cabrones se han olvidado de mí. Tengo la sensación de que todas las miradas confluyen en Moreno, la nueva de los cojones. Me daría la vuelta para mirar, pero seguro que me caen más golpes, así que mejor lo dejo estar. Además, uno de los muchachos me ha metido tremendo pisotón en el cuello, como para andar pensando en moverlo.

Alcocer debe estar pensando mucho. Y muy deprisa.

- ¿Qué pasa? ¿Que ahora estás pensando en ir por tu cuenta?
- Que no, joder. Que el hijo de puta te está engañando. No le hagas caso…
- Lo sé porque me dejó una nota -me sorprendo de lo lastimera que suena mi voz; parezco mi madre cuando me regañaba por desaparecer varios días seguidos de casa y regresar oliendo a vinazo.
- ¿Una nota?
- Sí,… venía sin firmar. Pero conozco su letra. Le reviso un montón de facturas al cabo del año.

Moreno la nueva se me echa encima como una perra llorona. Sus golpes son blanditos, como si estuviera ahuecándose la almohada. Yo no puedo moverme, soy una torta de aceite aplastada contra el suelo. Una mierda de perro en el tercer sótano, detrás de una montaña de palés abandonados. La cosa dura poco. Alguien tira de Moreno la nueva hacia arriba. Dejo de sentir su cuerpo fofo y grimoso. Ella llora más fuerte. Y grita como una recién nacida.

- ¡Hijo de puta! ¡Está mintiendo! ¡Se lo está inventando!

Un coche baja por la rampa. Se habrá encontrado lleno el segundo sótano. Nos van a pillar a todos. Alcocer opta por hacer como que aquí no ha pasado nada y nadie mató a nadie y esas cosas… Antes de que me de tiempo a darme cuenta de qué pasa, escucho unas puertas de coche y el ruido de un motor alejándose a toda leche.
Yo aprovecho para meterme debajo de los palés. No sea que haya que darle explicaciones al que acaba de aparecer…

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